El partido popular en la provincia de Alicante, desde la dimisión de Camps, se encuentra en una situación peculiar. Si antes de que el ex presidente de la Generalitat renunciara no estaba la cosa como para fuegos artificiales, más bien para algún tiro que otro, ahora que desaparece de primera línea el líder del movimiento que destronó a Ripoll apartándole de la Diputación, cañonazos pueden llegar a sentirse sin agudizar en demasía el oído.
En política, cuando se generan corrientes y compromisos que secundan y apoyan en todo las directrices de un jefe, una vez éste pierde su posición, estos movimientos no tienen razón de ser. En Alicante, el campismo triunfó y aplastó al ripollismo, retirando a sus seguidores las cuotas de poder que disfrutaban. En el momento actual, ni Camps ni Ripoll son cabeza de cartel dentro del PP. Parece ser que los dos han sido derrotados. Pero hay un pequeño matiz que provoca interpretar de forma bien distinta la situación de ambos. Mientras uno ha dimitido de todos los cargos, el otro aún mantiene la presidencia provincial. Es decir, no está muerto, todavía respira y puede llegar a recuperar el control. ¿Resucita entonces el enfrentamiento entre los populares alicantinos?
Este problema no afecta a Valencia y Castellón. Allí todos van unidos bajo la protección de la gaviota. Pero en Alicante no es así, por mucho que se quiera vender lo contrario. De todos es sabido que en el PP provincial la amenaza de una escisión es más que real. Defendiendo la bandera del alicantinismo puede surgir una formación política que se enfrente a los dos grandes en las próximas elecciones, y que agruparía sectores defraudados del PSOE y muchos afines al predecesor de Luisa Pastor en la Diputación. Gente con nombre, relevantes personajes públicos que estarían dispuestos a una batalla contra socialistas y populares al estilo asturiano de Cascos. Y no está claro quiénes vencerían la confrontación.
Camps ha dimitido para allanarle el camino a Rajoy, pero con su retirada ha llenado de baches el camino de los campistas. Los compañeros del partido aplastados por ellos no se van a quedar quietos, a buen seguro. Dos sugestivas opciones se abren. O intentar tomar al asalto el castillo y reconquistar el terreno perdido, o crear una nueva formación que rompa el enquistado bipartidismo dominante. Y saben que son muchos los alicantinos que piensan, con o sin razón, que si con Camps la provincia iba a quedarse en el vagón de cola, con Fabra, que es de Castellón, igual nos dejan abandonados en el andén. Es en este granero donde se pueden recoger buenos resultados para un nuevo partido con José Joaquín Ripoll al frente. No se puede negar esta evidencia.
Resumiendo, uno tiene la sensación de que Ripoll, derrotado en las últimas batallas, aún puede ganar la guerra. Hoy mismo, uno de sus fieles, que los tiene y no son ni dos ni tres, me ha enviado un mensaje que reza tal que así. “¿Y los campistas? Verás como alguno le niega más de tres veces antes de que acabe el mes y vuelve al redil” Hay que ver cómo está el patio.
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viernes, 22 de julio de 2011
jueves, 23 de septiembre de 2010
Prisioneros del lenguaje
No hay cárcel más cruel que la construida por las propias palabras. Lo que dices, lo que defiendes y amparas en tu alegato, aquello que predicas se puede convertir, por obra y gracia del espíritu de la razón, que de santo tiene poco, en el presidio donde cautivo pagar por las equivocaciones. En un mundo donde la información es un apoyo y un arma, en donde el control sobre la comunicación y sus medios es un elemento imprescindible en la lucha por el poder, aquel que desea ostentar el bastón de mando, aunque sea de su comunidad de vecinos, debe cuidar con esmero su discurso, medir con precisión lo que declara, expresa, anuncia o manifiesta. Si no se aplica en esta labor, el leñazo a recibir puede ser imponente, mortal de necesidad. Todo lo que haga o diga, tarde o temprano pasará su factura, pues está registrado.
¿A qué viene este rollo? Fácil. La aristocracia política, bien local, provincial, regional, autonómica, nacional o mundial (si olvido algún campo ruego me disculpen) esta plagada de fenómenos que no poseen ni decencia ni vergüenza (los auténticos ni-nis) que consideran que a la condición de electo va unida con pegamento de contacto una patente de corso para poder recitar sandeces, sin meditar siquiera las consecuencias. No deseo que se piense que me gusta insultar gratuitamente porque es lo que se lleva, blasfemar contra todo lo que apeste a política. Pero, verán, entre la alopecia propia de la edad que se va teniendo y la de veces que uno se lleva las manos a la cabeza por lo que lee o escucha, de aquí a tres días no hay loción capilar que me arregle el desastre. Además de en la ruina, me están dejando calvo.
Y si no, que alguien con más luces que yo, que no será difícil de encontrar, me explique cómo todo un presidente de un país que tiene abierto un frente muy complicado sobre la soberanía de un territorio con otro Estado, puede soltarse un “la foto es lo importante” en un encuentro internacional con el dirigente rival y, lo que es más grande, quedarse tan ancho. O cómo el presidente de una diputación sospechoso de ilegalidades muy oscuras se puede despachar con un “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”, expresión pringosa que define con precisión lo que pensamos casi todos de los políticos patrios. O el no muy lejano en el tiempo “no hay quien me mueva” del presidente de una autonomía, imputado por la justicia, que con esta aseveración desprecia el poder soberano de los españoles ante las urnas. O los “subiremos los impuestos a las rentas más altas”, “no están previstos más recortes”, “estamos saliendo de la crisis”, etc. expelidos por el mismo que dijo lo de la foto el otro día en Nueva York.
No nos basta con aguantar sus desgobiernos, pagarles el sueldo, cotizar para sus dorados retiros, penar por sus continuos errores, pasar fatiga, miseria y hambre por su culpa, soportar sus desprecios y subvencionar su inutilidad, que encima hay que comerse las chorradas que sus mercedes vomitan (he mirado en el diccionario la definición de gilipollez y se ajusta con exactitud, como una segunda piel, a lo que pretendía decir, pero quedaba grosero). Sigo pensando que no nos merecemos esto.
¿A qué viene este rollo? Fácil. La aristocracia política, bien local, provincial, regional, autonómica, nacional o mundial (si olvido algún campo ruego me disculpen) esta plagada de fenómenos que no poseen ni decencia ni vergüenza (los auténticos ni-nis) que consideran que a la condición de electo va unida con pegamento de contacto una patente de corso para poder recitar sandeces, sin meditar siquiera las consecuencias. No deseo que se piense que me gusta insultar gratuitamente porque es lo que se lleva, blasfemar contra todo lo que apeste a política. Pero, verán, entre la alopecia propia de la edad que se va teniendo y la de veces que uno se lleva las manos a la cabeza por lo que lee o escucha, de aquí a tres días no hay loción capilar que me arregle el desastre. Además de en la ruina, me están dejando calvo.
Y si no, que alguien con más luces que yo, que no será difícil de encontrar, me explique cómo todo un presidente de un país que tiene abierto un frente muy complicado sobre la soberanía de un territorio con otro Estado, puede soltarse un “la foto es lo importante” en un encuentro internacional con el dirigente rival y, lo que es más grande, quedarse tan ancho. O cómo el presidente de una diputación sospechoso de ilegalidades muy oscuras se puede despachar con un “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”, expresión pringosa que define con precisión lo que pensamos casi todos de los políticos patrios. O el no muy lejano en el tiempo “no hay quien me mueva” del presidente de una autonomía, imputado por la justicia, que con esta aseveración desprecia el poder soberano de los españoles ante las urnas. O los “subiremos los impuestos a las rentas más altas”, “no están previstos más recortes”, “estamos saliendo de la crisis”, etc. expelidos por el mismo que dijo lo de la foto el otro día en Nueva York.
No nos basta con aguantar sus desgobiernos, pagarles el sueldo, cotizar para sus dorados retiros, penar por sus continuos errores, pasar fatiga, miseria y hambre por su culpa, soportar sus desprecios y subvencionar su inutilidad, que encima hay que comerse las chorradas que sus mercedes vomitan (he mirado en el diccionario la definición de gilipollez y se ajusta con exactitud, como una segunda piel, a lo que pretendía decir, pero quedaba grosero). Sigo pensando que no nos merecemos esto.
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domingo, 22 de agosto de 2010
El dilema de Rajoy en la CV
Es un problema y de los gordos. Mariano Rajoy se enfrenta en la Comunidad Valencia ante una decisión de las importantes. Apoyar a Camps y Ripoll, los dos en el mismo paquete, o defenestrarles. El uno y el otro irán juntos en la opción a tomar: saben desde Génova que no pueden desdeñar a uno sólo o, lo que es lo mismo, confiar en un inocente, cargando de culpabilidad al otro. Camps y Ripoll, sospechosos, imputados, investigados por la Justicia. Pero fuertes, con un gran respaldo popular, con la simpatía de muchos que los prefieren a ellos antes que a cualquiera de los que aparece por el PSOE. Así dicen las encuestas, así opina la gente: mejor que te gobierne uno que ya sabes que es un chorizo, a que venga otro de la cuerda del que manda en el país, igual de inepto y de torpe.
Otra cosa es que desde el PP nacional se valore la ética. Imposible. Este término, en política, no existe. Es absurdo hasta mentarlo. En el juego de poder, la casta política utiliza toda la suciedad que puede, no le importa nada que no sea conseguir sus objetivos. Moral, lógica y razón murieron hace tiempo. Porque si vivieran, ninguno, insisto, ninguno de los que está en las cúpulas del gobierno (local, autonómico o nacional) pasearía sus vergüenzas delante de nosotros. Así nos va.
Otra cosa es que desde el PP nacional se valore la ética. Imposible. Este término, en política, no existe. Es absurdo hasta mentarlo. En el juego de poder, la casta política utiliza toda la suciedad que puede, no le importa nada que no sea conseguir sus objetivos. Moral, lógica y razón murieron hace tiempo. Porque si vivieran, ninguno, insisto, ninguno de los que está en las cúpulas del gobierno (local, autonómico o nacional) pasearía sus vergüenzas delante de nosotros. Así nos va.
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