Hoy he aprendido una nueva cosa que deseo
compartir con vosotros, sufridos paganos. El noble arte del “encalomo”. A
saber. El “encalomo” consiste en que amigos de lo ajeno se esconden dentro de
establecimientos para, una vez no hay nadie, dejarlos limpios como una patena,
llevándose todo lo que tenga algún valor y, con la talega rebosante, salir del
mismo de la mejor manera posible. Pues bien. Me suena conocido el tema.
Va a resultar que lo que hacen los que todos
sabemos es un “encalomo” de manual. Porque, aunque los métodos no son los
mismos y los establecimientos esquilmados tampoco, la similitud es más que
evidente. Corruptos de traje, corbata y apellidos se esconden en las
administraciones públicas para, amparándose en el escudo de la posición, vaciar
la caja, meter en la saca propia hasta los tiradores de las cisternas y
desaparecer en un susurro. Y como estos
palomos le han cogido vicio a encalomarse todo lo que se les cruce, repiten la
fechoría una y otra vez.
Pero ahí no terminan sus andanzas, qué va.
Han visto estos encalomadores que en el
país de las maravillas no pasa nada, y han cambiado el modus operandi. Ya no se
esperan a que la noche caiga serena y tranquila para delinquir a placer.
Encaloman a pecho descubierto, desfiles y fanfarrias acompañando al atraco,
paseo bajo palio si es menester.
A algunos ya han trincado con el carrito del
helado, pero me da que les trae sin cuidado. Dicen las malas lenguas que al
último que han pillado le han escuchado decir “a mi plin, Undargarín”. Ojo, que
esto no lo puedo confirmar, que no sé yo si será verdad, que la gente es muy
borde...
Por el por si acaso y si me lo permites, un
consejo te doy porque encalomado estoy. A estos pajarracos no les pierdas de
vista, vigila sus pasos, que no desaparezcan ni un segundo que seguro que la
lían. Y, sobre todo, si aprecias tu integridad, que no se te ocurra darles la
espalda, desgraciado, porque si lo haces, no lo dudes, te encalomarán a lo
bravo y te dejarán el trasero como un bebedero de patos sedientos. Tú mismo.
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