domingo, 28 de febrero de 2010

Fracaso educativo. ¿Padres o profesores?

Esto no es más que una reflexión, pensar en voz alta. ¿Quién tiene la culpa? ¿Qué es más fácil, responsabilizar a los padres o al sistema? Lo lógico es repartir los débitos entre ambos. Por un lado, los padres descargamos nuestras frustraciones sobre nuestros hijos, pretendemos moldear sus vidas a gusto y capricho propios sin darnos cuenta de que las mismas no nos pertenecen. Les sometemos a presiones y requerimientos que no soportaríamos nosotros, sin detenernos a averiguar lo que realmente necesitan. La vida nos obliga a estar lejos de ellos demasiado tiempo y por ello intentamos controlarlos a distancia. Nos perdemos sus deseos, pues los nuestros son siempre más importantes y no priorizamos sus ilusiones, ya que se nos antojan absurdas. No les comprendemos, ni intentamos hacerlo. Sus razones nos parecen simples y sus sentimientos siempre, siempre, impropios e infantiles. No les escuchamos. Nos limitamos a oírles, sin valorar lo que dicen. Y cuando las circunstancias nos sobrepasan, algunos abandonan y se inhiben, dejando a los hijos con la libertad suficiente para autodestruirse. Se nos ha olvidado que también fuimos jóvenes, que también sufrimos la incomprensión, que muchas veces nos sentimos solos, extraños en un mundo de adultos que no sabíamos entender. Sus problemas, nimios a nuestros ojos, se maximizan por nuestra falta de atención, llegando a convertirse en auténticos traumas cuando se alcanza la madurez. No sabemos interpretar la multitud de señales de auxilio que continuamente nos envían. Y vamos al socorro cuando, en ocasiones, ya no hay remedio, ya no hay vuelta atrás y les hemos perdido para siempre.
Por el otro lado está el sistema. No sólo el educativo, también el político. Desde mi punto de vista, en materia educativa estamos sumidos en un desastre de proporciones incalculables hoy en día, pero que se manifestarán agudamente cuando los que ahora son niños lleguen a adultos. Desde los centros académicos no se sabe y/o no se puede descubrir el potencial de los estudiantes. Exceptuando los casos vocacionales, se mal orienta el futuro y no se aprovechan las cualidades individuales que todos, absolutamente todos poseen. No hay alumno malo; cada uno tiene algo que lo hace especial y distinto, dotándole de cualidades únicas y excepcionales. Pero no afloran, no encuentran su camino. Se tropiezan con asignaturas inútiles, impartidas por profesores desilusionados que ven amordazadas sus iniciativas por direcciones y legislaciones estúpidas, llegando a transformar a docentes capacitados y buenos en ausentes redactores de materias caducas. Abundan los excelentes maestros, pero también es numeroso el grupo que se limita a ver pasar alumnos por sus manos sin involucrarse en su formación, los que comunican la materia con literalidad, haciéndola aburrida e insoportable. Los que realmente valen la pena se endurecen ante las actitudes del alumno, compañeros y directores, y, salvo honradas y gratas excepciones, sucumben a la desidia.
Pero padres y profesores no son, a mi entender, los culpables de la debacle. Encima de ellos, el legislador incapaz e inepto siembra de obstáculos el camino. No se puede dudar de la voluntad que guía al que redacta las leyes. Lo que sí se puede poner en entredicho es la positividad y lógica de las mismas. Sólo hay que ver los resultados. El estudiante que consigue finalizar sus estudios de bachillerato parte de salida hacia la Universidad con una acumulación de conocimientos sin sentido ni posible aplicación que nada más le habilita para participar en concursos de cultura general o para rellenar crucigramas. No se les encamina desde el principio, y así van las cosas después. Vegetan en carreras que no les llenan, saliendo al mercado laboral sin motivación ni espíritu. Aún así, en la mayoría de los casos tienen más suerte que aquellos que dan con sus huesos en la malformación profesional, que está direccionada a preparar mileuristas condenados a galeras de por vida. Y aquel que abandona los estudios prematuramente y se sumerge en el mundo adulto siendo todavía un niño, recibe su preparación muchas veces a base de golpes y abusos.
En resumen, siendo esto nada más que una opinión expresada desde la ignorancia la solución se me antoja complicada. A mi entender, todos los peldaños de la escalera necesitan ser reestructurados. El cambio es imperativo que se origine en la cabeza, en el control político; dar con la fórmula que facilite el progreso de nuestros hijos no es fácil. Y no lo será nunca si imperan las razones partidistas sobre los principios de la lógica. Las niñas y los niños nacen capacitados; los padres y los profesores tenemos la misión de descubrir su talento, potenciarlo y promocionarlo. Y el estamento político legislador tiene la obligación de proteger al que se está formando y facilitarle el camino. No como ahora, que todo son trabas e impedimentos.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Asesores políticos; el cáncer de la sociedad

Quien tiene un amigo tiene un tesoro. Eso es lo que piensan y sienten la amplísima colección de asesores que pululan por los mentideros políticos, instalados convenientemente en sitios de responsabilidad. Los mecenas que les protegen venden la idea de que estos sujetos prestan sus conocimientos para realizar duros y comprometidos encargos, y que su oscura y poca reconocida labor apenas se ve recompensada por justos salarios que nunca alcanzan, pobrecitos míos, el valor de su aportación. Nos los ofrecen como trabajadores infatigables, que no desfallecen cuando se enfrentan a la áridas misiones que les encomiendan, entregando de sol a sol sus mentes y sus cuerpos hasta acabar extenuados. Nos dicen que jamás sabremos cuánto les debemos…
Lo que sí sabemos es cuánto nos deben ellos a nosotros. Salvo honrosas excepciones, que siempre hay una oveja negra, son estómagos agradecidos que no dan un palo al agua, y que cobran como estrellas de fútbol. Sólo generan gastos inútiles y vacían los presupuestos de las distintas administraciones, dejando desnudos departamentos que sí que desarrollan una labor óptima. Además, el agujero negro que produce la existencia de estos elementos neutros es muy voluminoso; por allí se escapan a caudales buenas cantidades de dinero que bien podrían destinarse a usos más racionales. Sería todo un gesto que estos señores engrosaran las listas del paro. Seguro que con el dinero ahorrado en las millonadas que nos cuestan estos vampiros algo positivo se podría hacer.
En definitiva, hay que cepillárselos antes de que sea demasiado tarde, pues la caída de estos haraganes podría arrastrar a más de uno, con lo que mataríamos dos pájaros de un tiro. Después, a sacar cuentas sin asustarnos.

martes, 16 de febrero de 2010

La juventud inocente

El mayor activo que tiene una sociedad es, indudablemente, la capacidad, la imaginación y la iniciativa de la juventud. Pero todos estos valores se quedan anulados por culpa, principalmente de dos factores; en un primer lugar, el sistema educativo es impropio de un país avanzado, ya que no se buscan las posibilidades reales de los estudiantes y así es muy difícil hallar las vocaciones necesarias que actúan de engranajes en el progreso del Estado. Desde pequeños se les quiere orientar por un itinerario sin haber analizado en ningún momento cuál es el camino adecuado en cada caso en particular. Ellos son muy jóvenes para decidir sobre qué quieren hacer, y nosotros somos lerdos pastores que no sabemos qué pueden en verdad hacer. Es imposible orientar a un adolescente para su futuro, cuando no tenemos la capacidad de elegir ni tan siquiera el nuestro. Todo esto genera desgana, aburrimiento, fracaso en definitiva.
Por otro lado está la actitud de la sociedad ante el joven que, carente de oportunidades y vilipendiado en su formación, vegeta pues no tiene otra cosa que hacer. Lo fácil es encuadrarlos en grupos con apellidos peyorativos (como lo de la generación Ni-ni) y convertirles en el problema, desviar hacia ellos las culpas de nuestra impotencia, responsabilizarles de su situación cuando los únicos causantes de todo el desaguisado hemos de buscarlos en el origen. Y en este origen estamos, como en una escalera, todos los adultos; abajo, en el primer peldaño, los padres. Avanzas al segundo, los centros y sus profesores. Sigues subiendo, los rectores públicos que mal ejecutan malas leyes educativas. Y arriba del todo, los grandes autores del crimen que se está cometiendo con la juventud, los responsables políticos, inútiles, incapaces e indecentes gestores de los destinos del Estado, más preocupados de asegurarse su futuro personal que de garantizar el de toda la sociedad. O esto cambia desde ya, o alcanzaremos el punto del NO FUTURE.

lunes, 15 de febrero de 2010

PLATÓN DIXIT

Platón esgrimía que aquellos que tienen la capacidad de razonar, aquellos que a través del esfuerzo y la formación podían alcanzar el conocimiento en sí, eran los que estaban llamados a gobernar. Los que se dejaban guiar por los sentidos y basaban su existencia en lo tangible de la realidad, quedaban fuera de esta clase selecta que conduciría las riendas del Estado, en busca del bien común. Sólo los privilegiados conocerían la justicia en sí, el bien en sí. Y esos privilegiados controlarían el destino de todos, pues serían los únicos preparados para ello. Esta clase social estaría formada por hombres con capacidades increíbles, a los que habría que respetar y proteger por encima de cualquier circunstancia. Y al frente de estos, debía colocarse siempre un filósofo, un ser superior dotado, desde antes de nacer, del conocimiento de la verdad en sí. Eso decía Platón, y qué razón tenía. Qué razón tiene.
Sin embargo, sus enseñanzas han caído en saco roto. Basta con observar la gama selecta de personajes que ejercen el noble oficio de la política en los distintos gobiernos que jalonan nuestro pequeño Estado. Hermanos del maligno que pisotean con sus pezuñas los conceptos de justicia, bien y verdad. Manejan con maldad los destinos de un pueblo soberano y libre que, a mi entender, periódicamente se equivoca al confiar en ellos.
Para colmo, al frente de esta ralea, el filósofo de turno no sólo no conoce la verdad en sí, si no que la envuelve de oscuridad hasta convertirla en un despojo injusto y malvado. A este ser superior únicamente se le puede decir una cosa; no hay peor pecador que el que ejerce la soberbia. Pues es cierto que infunde más temor el que no reconoce sus limitaciones que el que actúa con premeditación. Al malo, se le captura, se le corrige y se le castiga. Al que no sabe más, no se le puede exigir otra cosa que no sea una retirada honrosa, pues la incapacidad manifiesta oficia de enterrador y fosa. Pero el poder debe ser un dulce muy goloso

sábado, 13 de febrero de 2010

Dos Españas de conveniencia

Siempre han existido dos Españas, siempre nos hemos dividido en dos mitades que se han odiado hasta la pelea, y peleado hasta la muerte. La historia de éste nuestro país está jalonada de continuos enfrentamientos fratricidas, luchas interinas que durante siglos han sembrado el rencor y la sed de venganza, desencadenándose continuamente un sinfín de acontecimientos crueles y sangrientos. En el nombre de Dios y de La Corona (la de turno) se colonizó y cristianizó América y los territorios de Ultramar, utilizando abusos, expolios y asesinatos como argumentos. Quizás algún día nos perdonarán. Con esos mismos padrinos, las confrontaciones internas se han sucedido sin descanso durante siglos. Y todo el dolor que nos hemos infringido a nosotros mismos forma ya parte de nuestra vida. Nacemos con el estigma, con la condición de pertenecer a una de las dos Españas. No se concibe que un español pueda ser neutral, estar en el punto de equilibrio, no comulgar con los extremos. Tienes que participar por una tendencia , y tu simpatía por un lado te enemista radicalmente con el otro. Esto está estructurado así, y no puedes sacar los pies fuera del tiesto. Al sistema no le interesa que te posiciones en un lugar que ellos no pueden controlar.
Quieren obligarnos a ser de izquierdas o de derechas, o socialista o popular. Les conviene mantenernos enfrentados para que de esta forma no les destruyamos el tinglado que tienen montado. Consiguen así estabilizar un caudal fijo de votos que garantiza su pervivencia en el poder aunque cambie de manos la dirección del Estado. Cuanto más nos engañen al posicionarnos, más beneficios obtienen para ellos. Les da igual ser el jefe de la fiesta; lo que les importa es comer los primeros del banquete, dejándonos las sobras al resto. Quieren mantener el sentimiento de las dos Españas, pues su negocio depende de ello.
No se están percatando de que están consiguiendo crear dos Españas de verdad. En un lado, la España rica y dominante, integrada por el que lo es de cuna, por el que lo gana con sus influencias y trabajo casi honradamente, y por el mangante que lo roba con descaro amparándose en sus privilegios políticos. En el otro lado estamos el resto; somos más, cada instante estamos más hartos y cada vez está más cercano el momento en el que, seamos de izquierdas o derechas, le demos una patada en el centro a esa ralea de ladrones que se escudan en la política para hacer de ella y con ella su negocio

Carnaval político

Carnavales. Hay que disfrazarse, esconderse tras una máscara y dar rienda suelta a los instintos, sentirse libre. Pero no todos saben camuflarse, disimular con maestría su personalidad y transformarse. Los hay profesionales, gente que es ducha en el arte del engaño y la apariencia, gente imaginativa que sufre una mutación absoluta cuando empieza el sarao No los puedes reconocer tras un maquillaje perfecto y una caracterización, en ocasiones prodigiosa. Son los reyes del carnaval, los amos de la noche. Otros se ocultan en parte, son distinguibles entre los demás, sabes quienes son, pues vestido y complementos no logran ocultarles; pretenden ser reconocidos, participar en la fiesta sin tener que camuflarse. Por último, está el espectador, el que mira, divertido o no, cómo el resto se aprovecha de la cita. Este numeroso grupo comenta, critica, ríe o protesta el derroche carnavalero.En política pasa lo mismo. Están los que, ocultos tras bellas caretas y fabulosos antifaces, y engalanados con trajes caros y vestidos de diseño, celebran su Carnaval todos los días. No son nunca lo que parecen; agazapados en su farsa, cobardemente abusan de su capacidad para el engaño y la estafa. No sabes por donde van a salir pues no conoces realmente quiénes y cómo son.Luego está el político mediocre, aquél al que se le adivina desde lejos. Te habla a la cara creyendo que no le reconoces, que no sabes de qué pie cojea; son abundantes, vividores, parásitos sociales que no tienen ni gracia para el timo. Y después estamos nosotros, que vemos cómo y cuánto se divierten los anteriores sin atrevernos a participar. Criticamos o no, reímos o no, nos escandalizamos o no, o, simplemente, y por desgracia, nos limitamos a ignorar la verbena en la que se ha convertido la vida política de nuestro país. No deberíamos ser tan pasivos, y animarnos a participar del festín. Este carnaval es de todos.

viernes, 12 de febrero de 2010

Generación Ni-ni

Estamos en manos de una auténtica y genuina generación Ni-ni. No me refiero a los jóvenes que no tienen ni oficio ni beneficio y exprimen la supervivencia de sus progenitores. Tampoco hablo de los universitarios que, al acabar su formación, no encuentran ni un empleo digno ni una mísera oportunidad para demostrar sus cualidades, ni de los que no poseen ni perspectivas ni posibilidades de progreso en sus trabajos, por no hablar de los parados que no vislumbran ni presente ni futuro para ellos y los suyos. De igual forma no sería justo bautizar de esta forma a los pensionistas que no pueden ni opinar ni hacer nada para evitar el desastre que se les avecina, ni al españolito medio que ya no consigue ni llegar a fin de mes ni tiene medios para pelear por ello.
Los verdaderos NI-ni que nos conducen a la pobreza son grupos corporativistas que no tienen ni escrúpulos ni vergüenza. Al frente de ellos se sitúa una casta política que ni sabe lo que es trabajar en pos del bien común ni ganas que tiene de saberlo. Criaturas malditas sin corazón ni conocimiento que ni pueden ni quieren mejorar la vida de los demás. Vampiros que sólo se protegen a sí mismos con sueldos y jubilaciones ultrajantes, mostrando un rostro en el que no aparece ni la cordura ni la decencia. Junto a ellos, fundidos, encontramos a los asesores y demás parásitos millonarios que ni trabajan ni cumplen con los cometidos que justifican su innecesaria existencia. Si completamos la lista con los especuladores, algunos banqueros desalmados y ciertos explotadores de lo ajeno que ni humanidad ni solidaridad muestran en su comportamiento, tenemos completa la generación Ni-ni que no nos deja ni vivir ni pelear por nuestra supervivencia. No deberíamos permitir ni que nos derrotaran ni que nos humillaran todos los días.