sábado, 13 de febrero de 2010

Carnaval político

Carnavales. Hay que disfrazarse, esconderse tras una máscara y dar rienda suelta a los instintos, sentirse libre. Pero no todos saben camuflarse, disimular con maestría su personalidad y transformarse. Los hay profesionales, gente que es ducha en el arte del engaño y la apariencia, gente imaginativa que sufre una mutación absoluta cuando empieza el sarao No los puedes reconocer tras un maquillaje perfecto y una caracterización, en ocasiones prodigiosa. Son los reyes del carnaval, los amos de la noche. Otros se ocultan en parte, son distinguibles entre los demás, sabes quienes son, pues vestido y complementos no logran ocultarles; pretenden ser reconocidos, participar en la fiesta sin tener que camuflarse. Por último, está el espectador, el que mira, divertido o no, cómo el resto se aprovecha de la cita. Este numeroso grupo comenta, critica, ríe o protesta el derroche carnavalero.En política pasa lo mismo. Están los que, ocultos tras bellas caretas y fabulosos antifaces, y engalanados con trajes caros y vestidos de diseño, celebran su Carnaval todos los días. No son nunca lo que parecen; agazapados en su farsa, cobardemente abusan de su capacidad para el engaño y la estafa. No sabes por donde van a salir pues no conoces realmente quiénes y cómo son.Luego está el político mediocre, aquél al que se le adivina desde lejos. Te habla a la cara creyendo que no le reconoces, que no sabes de qué pie cojea; son abundantes, vividores, parásitos sociales que no tienen ni gracia para el timo. Y después estamos nosotros, que vemos cómo y cuánto se divierten los anteriores sin atrevernos a participar. Criticamos o no, reímos o no, nos escandalizamos o no, o, simplemente, y por desgracia, nos limitamos a ignorar la verbena en la que se ha convertido la vida política de nuestro país. No deberíamos ser tan pasivos, y animarnos a participar del festín. Este carnaval es de todos.

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