lunes, 15 de febrero de 2010

PLATÓN DIXIT

Platón esgrimía que aquellos que tienen la capacidad de razonar, aquellos que a través del esfuerzo y la formación podían alcanzar el conocimiento en sí, eran los que estaban llamados a gobernar. Los que se dejaban guiar por los sentidos y basaban su existencia en lo tangible de la realidad, quedaban fuera de esta clase selecta que conduciría las riendas del Estado, en busca del bien común. Sólo los privilegiados conocerían la justicia en sí, el bien en sí. Y esos privilegiados controlarían el destino de todos, pues serían los únicos preparados para ello. Esta clase social estaría formada por hombres con capacidades increíbles, a los que habría que respetar y proteger por encima de cualquier circunstancia. Y al frente de estos, debía colocarse siempre un filósofo, un ser superior dotado, desde antes de nacer, del conocimiento de la verdad en sí. Eso decía Platón, y qué razón tenía. Qué razón tiene.
Sin embargo, sus enseñanzas han caído en saco roto. Basta con observar la gama selecta de personajes que ejercen el noble oficio de la política en los distintos gobiernos que jalonan nuestro pequeño Estado. Hermanos del maligno que pisotean con sus pezuñas los conceptos de justicia, bien y verdad. Manejan con maldad los destinos de un pueblo soberano y libre que, a mi entender, periódicamente se equivoca al confiar en ellos.
Para colmo, al frente de esta ralea, el filósofo de turno no sólo no conoce la verdad en sí, si no que la envuelve de oscuridad hasta convertirla en un despojo injusto y malvado. A este ser superior únicamente se le puede decir una cosa; no hay peor pecador que el que ejerce la soberbia. Pues es cierto que infunde más temor el que no reconoce sus limitaciones que el que actúa con premeditación. Al malo, se le captura, se le corrige y se le castiga. Al que no sabe más, no se le puede exigir otra cosa que no sea una retirada honrosa, pues la incapacidad manifiesta oficia de enterrador y fosa. Pero el poder debe ser un dulce muy goloso

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