Es que hay que ver cómo
somos, estamos a la que salta. Me pregunta Juan, mi vecino, que tiene una
bandera republicana colgando en el balcón, que si era verdad que el rey Juan
Carlos había salido pitando de España como hiciera su abuelo, con destino a
Marsella vía Cartagena. “He oído que el rey ha salido corriendo del país. ¿Tú
crees que será verdad?...” Y estaba contento, el hombre. Diría que hasta le asomaban
las lágrimas.
Y me ha tocado bajarle del
burro. “Pues va a ser que no, amigo mío. La noticia no es así. Lo que publican
los medios es que el rey, campechano entre los campechanos, les ha gastado una
chanza a los periodistas y les ha dicho que algún día lo veríamos corriendo por
ahí, que no es lo mismo aunque se parezca. Y ahora, si quieres, me cuentas que
no te extraña, que así cualquiera, que el monarca, aunque lleva más chapas y
remaches que la Mir, se jala las millas más rápido que Ben Johnson celebrando
la Nochevieja en Cali. Y, si así te relajas, me gastas la coña de que si le
ponen un tirachinas en las manos y le sueltan un elefante, se sube el Angliru
en triciclo. O que si le cruzan por delante a la Zu Sayn-Wittgenstein en tanga,
abanicos de colores parecen sus patas. Juan, lo que te apetezca, menos echarte
a llorar, hombre, que no pasa nada, que todo se andará…”
Y es lo que ocurre. Que
alguno hay por este mundo cruel que lee o escucha lo que quiere y no lo que es,
luego se hace ilusiones y después, otra vez en la cruda realidad, se da cuenta
de que nada cambia ni cambiará jamás al sur de los Pirineos.
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