viernes, 12 de abril de 2013

A trescientos metros


Pues no me parece mal del todo eso de que los ciudadanos se coloquen a trescientos metros de los políticos. Una atractiva medida, digna de un concienzudo análisis… Me gusta... Pero yo lo propondría al revés, a ver qué os parece. Yo prohibiría a los políticos acercarse a menos de trescientos metros de la ciudadanía.
Pensad, malditos. El riesgo para el personal perdería su intensidad si colocásemos a todos los de la casta en un gueto, cerrásemos la puerta y escondiésemos la llave en el Antártico o en la estación espacial. Todos juntos, sin escatimar los lujos, que no les faltase de nada, que no pasasen hambre. Un spa babilónico, un edén en el que pudieran retozar, refocilarse y desparramarse sin que les invadiera el apetito por tornar al mundo civilizado. Con embarcadero, puerto deportivo, pista de esquí, coto de caza, un parque natural, casino y banda ancha.
Quizás así nos los quitaríamos de encima y podríamos recuperar las riendas de nuestra vida. Porque me creo yo que de otra manera va a ser que no, que nos los tenemos que comer sí o sí. Y a mí ya no me pasan de la garganta.
Frivolidades al margen, una reflexión, una tontería que se me ha ocurrido. Un estado democrático en el que los elegidos por el pueblo soberano tienen que protegerse de sus electores es un estado que está muerto. Del todo. Y si no, que me lo expliquen. Urge la regeneración ante la degeneración. 
Volviendo al asunto de los trescientos (metros, que no espartanos), me comprometo a enviar unos telegramas a Zarzuela, Moncloa y a la Merkel, a ver qué opinan del tema. O unos correos electrónicos, que me salen más baratos. O unos whatsaaps. O mejor ni me molesto, no sea que no les caiga bien y me hagan un escrache policial en el portal de mi casa. Mamá, tengo miedo.

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