Todo se pega en el país del donde dije digo, digo Diego. Hasta en los palatinos despachos las palabras rebotan en las paredes y vuelven torcidas. El sábado, de desvincular al duque de Palma de las actividades de la Casa Real, nada de nada. Lucubraciones malintencionadas de la canallesca. Qué malos son esos periodistas manipuladores y embusteros. O eso aseguraban los que de estas lides se encargan en Zarzuela. Hoy, por el lunes, dado el “comportamiento no ejemplar” de Iñaki Undargarín, campana y puerta. Coherencia áulica en su total esplendor. De un “todo es falso” se ha pasado en un mayestático chasquido a un “mejor que el yerno no aparezca por palacio, que se quede en los USA, que el ambiente no es el más propicio para que él luzca palmito. Por aquí, ni en pintura, que no está el horno para bollos de éstos, rellenitos los tengo, oiga.”
Y es que en esta tan monárquica España la gente está ya lo suficientemente mosca con lo que cuesta la realeza como para que desde la Casa Real se pudieran solapar estas supuestas vergüenzas. El rey se ha dado cuenta de que la institución que representa además de serlo, ha de parecerlo, y ha optado por rendir sus cuentas para que los de la plebe conozcamos en qué se gasta los cuartos que gentilmente le ingresamos. Hay miseria y hambre para repartir, y no se puede consentir que asome un solo billete que no tenga origen limpio. En consecuencia le han dicho claro, clarete, al duque que se las apañe. Qué sí, que la familia es la familia, pero como los trastos viejos, mejor cuanto más lejos. Y es que el tema está cogiendo velocidad. Si continúan avanzando los acontecimientos al ritmo actual, en el tradicional mensaje navideño nuestro monarca anunciará que ha solicitado una orden de alejamiento para que Undargarín no se arrime a menos de quinientos kilómetros de Madrid.
Mientras tanto, Mario Pascual Vives, abogado y único portavoz del duque de Palma, anda asegurando que su representado “está preocupado y apesadumbrado, y quizás también, por qué no decir, indignado” por las informaciones que están apareciendo y que le sitúan más cerca del delito que de la inmaculada honestidad que se le presupone. Además, el letrado asevera que, a día de hoy, el duque de Palma es un ciudadano como cualquiera de nosotros, y promete convocar a los medios antes del 22 de diciembre para explicar una serie de cosas. Aquí es donde, desde el más modesto vasallaje, servidor, que no traga con la aristocracia, introduce dos puntualizaciones, si se me permite tamaña osadía. La primera de ellas trata de sensaciones. Preocupación y pesadumbre vale, el duque debe tener toneladas de ambas. Pero la indignación no le corresponde por el momento a él, sino a los que asistimos entre expectantes y cabreados a tan ingrato espectáculo.
Y segunda. Opino, porque así lo creo, que si Iñaki Undargarín no fuera quién es, si en vez de un miembro ilustre de la realeza su condición fuera plebeya como la del que escribe y suscribe, tiempo haría que estaría entrando y saliendo del juzgado día sí y día también. Así que, con todo el respeto del mundo, de ciudadano común, un cuerno. Que de eso de que todos somos iguales, qué les voy a contar que no sea sabido. Siempre hay algunos que son más iguales que el resto de los mortales. Ajo y agua.
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