Dice Carlos Dívar que sus gastos
están justificados y son una miseria, y que no se le pasa por la cabeza dimitir
ya que supondría reconocer que tenía una culpabilidad, cuando no es así. Vamos,
que es más inocente que San Nicolás y por ello, por no manchar su pulcro
nombre, de asistir voluntario al Parlamento para explicar el por qué de sus
supuestas juergas, nada de nada. Él, santo varón, opta por ser prudente y
esperar.
La prudencia la marca su
silencio. No ha dicho si va a aguardar los acontecimientos en su casa, o
decidirá gastarse una miseria más del dinero público esperando paciente, mojito
en mano, durante una pila más de fines de semana a todo tren en la Costa del
Sol. A tal respecto, mira que he buscado dónde se recoge que con el cargo va
incorporado el chaveo indiscriminado de la pasta ajena, y no lo he encontrado
por ningún lado. Igual es que no sé ya leer.
Lo de este señor es una prueba de
que, en esta España de pandereta, donde el golfo es capitán general y nadie
tiene arrestos de degradarle a letrinas, cuando más arriba nos colocamos los parias a
buscar, más fulero es el poderoso que encontramos y más inmune a la acción de
la Ley se siente el caradura que nos recibe.
Un apunte para terminar. Con las
miserias que se ha pulido el señor Dívar en la veintena de festivales que se ha
dado, alguno que otro comería todo el año. Que cada uno piense lo que quiera,
pero éste a mí también me sobra.
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