martes, 19 de junio de 2012

La Merkel y Blancanieves


No sé cómo se llama la madrastra de Blancanieves. He investigado por ahí y salvo un dato que la denomina “Reina Grimhilde”, parece no tener nombre. Simplemente eso, Reina, Bruja o Madrastra. Indefinido el personaje, sin pasar por una pila bautismal. Y no soy el único zumbado que se hace la pregunta. Un historiador, buscando el origen del cuento (hay gente para todo), localiza a la susodicha en Lohr, una población de la Franconia alemana, y la identifica como Claudia Elisabeth María von Venningen, condesa imperial de Reichenstein, ni más ni menos...Fíjate tú la chorrada sobre la que me ha dado por escribir. Pero tiene su explicación este ataque mental, de veras, que aún no se me ha ido la pinza del todo.
Veréis. De pequeño le cogí una tirria terrible a la tipeja. No entendía por qué deseaba tanto matar a la princesa. Ordenó arrancarle el corazón con tal de ser la más bella del reino. Después, al enterarse de que el cazador se la había metido doblada, se transformó en un esperpento narigudo, se fue a casa de los enanos y les amargó la vida envenenado a la pobre Blancanieves. Todo por el poder, por ser la única, la mejor, controlar lo controlable y dominar lo que le rodeaba. Humillando y matando. Una joya. Como la actual dueña de Europa.
Y es que, cada día que pasa, la Merkel, alemana como la otra, malvada como la otra, y repelente como la otra, se parece más y más al sapo cuartelero que intentó cepillarse a Blancanieves y putear a los enanos. Igual es que es la misma…O no. Dice mi hija que la amiga Ángela le recuerda a Úrsula, la mala de la sirenita, por las arrobas. O incluso a Lady Tremaine, la de la Cenicienta, por el látigo esclavista. O a Maléfica, la de la Bella Durmiente, por su pacto con el diablo. Aunque yo creo que tiene más de Jafar, el de Aladdin. Quizás por el bigote…
Entenderme. Ver llorar al mudo supuso para mí un auténtico drama. Entre eso y que ya no aguanto más la invasión alemana, pues a degenerar un poco. De algo tengo que reírme. Digo...

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