Once de marzo. Una fecha que nunca olvidaremos. La barbarie terrorista se cebó sobre nosotros y trajo la muerte consigo. Ahí está y ahí estará para siempre, clavada en el corazón.
Cuatro imbéciles sin alma, cuatro degenerados mentales quieren que confundamos el terror con la protesta sindical, los cojones con comer pan. Quizás cocidos de Chivas, quizás atontados por alucinógenos varios, quizás porque su cerebro no da más de sí, quizás obedeciendo la voz de su amo o quizás debido a que son, ciertamente, la escoria de la humanidad. Por lo que sea. Juegan sucio, muy sucio. Se atreven incluso a escupirnos en la cara.
Hay que manifestarse para defender los derechos. Hay que hacerlo ahora y había que haberlo hecho antes, cuando el mismo que orquesta este furor reivindicativo participaba activamente en nuestra destrucción. Pero el perro fiel y su mascota no mordieron la mano que les alimentaba y subvencionaba, ¿verdad? Hoy, un 20 % menos para pulirse y la disminución de sus privilegios ante los despidos sacan del spa a estos vividores.
Luchar por lo que se considera legítimo es un derecho y, a mi entender, una obligación. Pero no a cualquier precio, violando los más elementales principios morales, violentando los sentimientos, faltándole el respeto a los que sufrieron directamente la acción asesina. Marchas de la vergüenza y concentraciones en las principales ciudades. Brigadistas liberados que han prostituido el sindicalismo envenenándolo con política. Pretende esta gentuza perpetrar un atentado contra la razón el once de marzo. No había otro día.
Escuchar al bien pagado camarada Martínez, José Ricardo, vomitar sus excreciones comparando las legítimas protestas contra la reforma laboral con los asesinatos de Madrid, debería servir, si en la UGT, además de relojes de lujo, tuvieran cuatro dedos de frente, para retirar a este impresentable de la escena pública. Hay que ser malo de entrañas, un verdadero hijo de Satanás.
No tengo calificativos para definir lo que pienso de estos individuos que están utilizando la sensibilidad y el dolor para buscar su beneficio…Bueno, sí que los tengo, pero con lo que gano no me puedo permitir los abogados que ellos sí que pueden pagar. 180.000 euros dan para eso y más, ¿o no, camarada Martínez?
Por ello me siento obligado a pedir perdón a los falsos sindicalistas que se hayan podido sentir ofendidos por mis palabras. Principalmente por aquello del derecho al honor. Por ese mismo derecho que se pasan por el forro cuándo les apetece y cómo se les antoja…Mira, me lo he pensado mejor. Analizando el artículo, no vislumbro mentira alguna. Así que el perdón casi que prefiero que lo pidan ellos, aves carroñeras con mucho para disculpar.
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