He recibido un correo electrónico en el que aparece Undargarín guapo como un sol, de traje y corbata, posando cual modelo de pasarela y publicitando una marca de ropa. Mango. Lo que sea. Es un buen derroche de imaginación popular. Bueno y triste. Te ríes porque piensas que este señor ha tirado de manguera real y ha arrimado bocamanga a su bolsillo para convertirse en magnate de las subvenciones y extravíos de dineros ajenos. Penoso. Así que, por qué no. Qué menos que el español se burle y mofe del estandarte actual de la caterva patria de mangantes de salón y mangutas cutres, manga de choricillos picantes todos y cada uno de ellos.
Mango. Lo que sea. En la tarjeta nombre, primer apellido y a continuación señor de tal. Corolario que provoca que el talón lo firme hasta el de las baldosas, al que los goles sólo se los metían en el campo y jamás en los despachos. Trece folios a 50.000 del ala cada uno. Ni el original de la Declaración de Independencia de los USA vale tanto.
Mango. Lo que sea. Le ha tocado la lotería a la empresa. Publicidad gratuita. Tiene la firma de ropa a su disposición suficientes modelos expertos en mangar como para elaborar un calendario colosal y colocarle rostro, cuerpo y palmito a cada día de este año y del que viene, y del siguiente y de todo el siglo. De abajo a arriba. No se le acaban los nombres. De todo, como en botica. Amiguetes de aquél, coleguillas del que tú sabes, familiares consanguíneos y con mucha jeta, algunos concejaletes, ciertos alcaldillos, varios encamarados electos y un tornado de arrimados que todo lo absorbe, chupones de retretes con el rostro de Macael capaces de oír el tintineo de la calderilla desde la estación espacial. Y los puentes y festivos reservados a los próceres de la patria, los más destacados, porque ellos lo valen.
Eso sí. Cuatro fechas especiales. La primera, el día del padre. No siempre la familia tiene la culpa y ya se acuerdan de él muchas veces. Toneladas de papel higiénico para quitarse del cuerpo lo que se le manda con fruición. La segunda, el primero de mayo, día del Trabajo, pues no hay rostro que poner dado que ni uno de los disponibles ha clavado un clavo en su vida. La tercera, el día de la madre. Por lo mismo que lo del padre, añadiéndole referencias a profesiones antiguas y gozosas para amantes del vicio carnal. Y la cuarta la Nochebuena. Siempre, siempre y siempre, hasta que los cielos se abran y el juicio final nos coloque a todos en nuestro sitio, el 24 de diciembre pertenecerá, cómo no, al duquesito trincón.
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