Un buen amigo me comentaba esta mañana que ya estaba cansado de que le sodomizaran, día sí y día también, a pelo y sin avisar. Que él no había venido al mundo para que, ante la pasividad de unos y para el regocijo de otros, los que mandan se cebaran en su persona, vomitándole encima las consecuencias de las nefastas gestiones y/o descaradas corruptelas que, o bien provenientes de ellos o bien de los incompetentes del otro bando, con la colaboración de otros secuaces del sistema, han arruinado al país. Que no quiere continuar sometido al aluvión de tactos rectales que parten alegres desde la dirección política para aterrizar ufanos en su culo, dispuestos a escarbar hasta alcanzarle las entrañas y arrancárselas.
¿Expresivo, verdad? Y algo escatológico. Es lo que se debe esperar de un tipejo al que muchos definen sin conocer como un vago y maleante vividor, un paria bastardo y mal nacido, un parásito inútil e incapaz, un despojo de la humanidad, un engendro del sistema, y demás lindezas que, brotando de bocas amargas, las mentes rabiosas se puedan imaginar. Un ser deleznable que ha perpetrado la infame osadía de estudiar como un macho cabrío durante años, presentarse a una oposición en disputa con tropecientos y aprobarla, accediendo así a un espléndido trabajo por el que andaba cobrando hasta ahora la ingente cantidad de mil eurillos. Un delincuente, un puñetero funcionario, vade retro Satanás.
Y todo su cabreo porque, para pagar la fiesta en la que nos han metido meritorios padres de la patria, además de los guantazos que comparte con el resto de los españoles, él se lleva unos cuantos más. Qué se joda, dicen los tontos. Ajo y agua, que para eso es un privilegiado. Un aborrecible sujeto del que cuando las vacas eran tan gordas que daban leche merengada, el mismo que hoy está dispuesto a colaborar y consentir con el linchamiento se descojonaba en su cara al grito de pringado. Un gusano que ha perdido en los últimos años más de un 50 % de poder adquisitivo. Un perro sarnoso que tiene que tragarse todo lo que el okupa que cada cuatro años asalta la administración en la que trabaja hace y deshace mientras en muchas, demasiadas ocasiones se lo lleva bonito.
El caso es que esta entrañable persona, un currante bueno a más no poder que respira lo justo por no molestar, conocedor de que uno se dedica a escribir historias de vez en cuando, quería que se contara su lamento. Sangrando por las heridas que le producen las hincadas de los estribos y soportando sobre su grupa la carga propia y la ajena, le habían terminado de abrir las tripas vía correo electrónico. El sindicato que le pasaba en Rodiezmo la vaselina al innombrable para que practicara la sodomía con los españoles le convocaba a una movilización contra los recortes en el sector público. Camaradas todos, ahora sí, a por ellos. Antes no, que en el barril había un grifo directo a un bolsillo pasivo, complaciente y amigo.
Me dice que él necesita gritar, que su voz se oiga, que el español debe darse cuenta de que destruyendo al empleado público se destruyen los servicios y con ellos el Estado. Pero que le descompone y enerva que los que antes le abandonaron y formaron parte de la quiebra sean los que ahora se arroguen las riendas de la protesta. No fía en los cómplices del anterior gobierno. Y yo le digo que yo tampoco, pero que los sindicatos son imprescindibles, son la única defensa que le queda al trabajador. Eso sí, qué duda cabe, los sindicatos de verdad, no éstos.
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