jueves, 27 de septiembre de 2012

Una carta de papel


Escrito en papel. Una carta de las de antes que me ha mandado un antiguo amigo, colega de estudios y juergas varias. Palabrita de niño Jesús, la transcribo tal cual. Después del “Hola, Tomás. Soy menganito, ¿te acuerdas de mí?”, y de saludarme con el cariño del que lo hace de verdad, la misiva ha continuado como sigue:
“¿Sabes ya algo de los Presupuestos del Estado que van a sacar los fenómenos del Gobierno? ¿Cómo nos van a dejar el cuerpo? ¿Saco el tarro de vaselina y empiezo a untármela? Porque, aparte de reducir el déficit, subir impuestos, recortar gastos, transparentar las inversiones y exprimirnos la médula, ¿dirán éstos algo de crear empleo? Mira tú, que en mi casa, con la que está cayendo, rezamos todos los días para que llueva y así poder mojar los chuscos de pan en los charcos. Que mi mujer no me dice hola, sino cocorocó, a lo que yo contesto kikirikí, y mis hijos responden con un pío, pío. Imagínate la dieta. Pollo, sopa, pollo, caldo, pollo, sopa, pollo, caldo, pollo, sopa. Y entre medias, a roer la pared, por lo del calcio y tal. Y dando las gracias, no te creas, que por aquí las cosas aún le van peor a los míos. Porque te acuerdas de mi hermano, ¿no? El que se dejó los estudios y se puso en la obra, el más pequeño, que el mayor, ya sabes, está en Francia buscándose la vida y tiene a la familia con mis padres, que le embargaron el piso, el coche y el canario.
Pues eso, el pequeño. Se casó de penalti, lo tiraron a la calle, agotó prestaciones, subsidios y todo lo habido y por haber, robó en un supermercado, volvió a robar, volvió a robar y volvió a robar.  Siempre para comer, hasta que lo trincaron y ahora está en el hotel de los barrotes, tres años le quedan, su mujer se ha pirado y el niño lo tenemos nosotros. Otro vicioso del pollo.
Si yo ya se lo decía. Acabarás mal. Estudia, termina por lo menos, que sin un título no vas a ninguna parte, que esto es pan para hoy y hambre para mañana. Qué se fije en mí. Ingeniería acabada, como un campeón. Cuatro años sin trabajar de lo mío, pero soy un afortunado, planchando hamburguesas me tienes. Pero con el título ahí, clavado con dos chinchetas en la pared del dormitorio, presidiendo la cómoda, que mi mujer ha convertido en altar. San Pancracio, perejil, estampitas de vírgenes que ni sabía que existían, una foto de Juan XXIII revenida y cinco tarros de garbanzos rellenos de monedas de uno y dos céntimos. Pero en casa, de momento. Que me han dicho que, como no soy emprendedor (43 años tengo, me faltan dos para que tener esa consideración y se desgraven por contratarme), lo más seguro es que me den la patada. Y si eso ocurre y no me sale nada, pediré asilo en casa de mis padres, junto a mi cuñada y los sobrinos, que donde caben seis, caben once. O eso, o que mi hermano me haga hueco en su celda.
Venga, no te entretengo más. Llevaba tiempo sin saber de ti hasta que te leí el otro día y me dije: Mira, si éste es Tomás. Voy a ver cómo le va la vida y de paso le pregunto si sabe algo de algún curro, que no pierdo nada. Lo dicho. Llámame a casa de mis viejos, deja el recado y nos tomamos algo. Lo que te puedas pagar. Un abrazo.”
Repito. No lo escribo yo, no es un folletín demagógico. Esto es lo que siente un buen amigo, un gran tipo que se ríe de su propia miseria. Yo, que le conozco, sé con certeza que él preferiría liarse a tiros, pero que seguramente traga y traga por los suyos, que los hijos arrastran mucho. Merece mejor suerte. Merece mejor justicia. País.

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