Empieza la semana con una exposición de contrastes, una clase
magistral para combinar colores. Y pintan bastos, que en la batalla por la
luminosidad, en el claro-oscuro, el blanco, la pureza, está de un mugriento que
tumba de espaldas, mientras que un tono negro macilento cubre hediondo el
diario acontecer. Y no busquéis, no, que ni el verde esperanza brota ni el rojo
pasión se rebota para contrarrestar el liderazgo de lo oscuro. Estamos
jeringados, que es lo mismo que decir que estamos jodidos pero de una forma más
cortés, que se note que uno ha estudiado.
El rincón de la pureza se ensombrece entre sollozos. El paro,
el oficial, el que publica el Ministerio de Desempleo (que no de Empleo), ese
dato despiadado que recoge a los españoles que escarban reclamando el necesario
derecho a trabajar, ha despuntado hasta superar los cinco millones. Hambre,
miseria y desesperación, un callejón del que este Gobierno no sabe salir. Y que
no vendan milongas, que se han equivocado de receta, que ya lo decía el inglés
aquel del puro y el perro, un tal Churchill, que digo yo que algo sabría del
terma. Intentar salir de la crisis a base de impuestos y de estrujar a la
población, es como si un hombre se mete en un cubo de basura e intenta
levantarlo en el aire tirando de las asas hacia arriba. Hay que ser muy tonto,
¿no?
Ahora el turno de los colores de la vergüenza y la
descomposición. No son dos pinceladas aplicadas con brocha de pelo de Marta
Siberiana, no. Son dos mochazos despatarrados con la escoba con la que te
sacuden en el tren de la bruja. El primero, los tres millones de euros que se
pulieron la Infanta y el ex duque empalmado en la reforma de su cabaña de
Pedralbes. De todo hay, hasta 22.000 euros de nada para mobiliario del baño,
que digo yo que el retrete será como el que tenía ese rumano tan simpático, el
Ceaucescu. Bien le iban las cosas al rubio por aquella época, que le entraban
los billetes a espuertas. Y bien que disimulaba el puñetero, que su mujer, la
Infanta, no se enteraba de nada, la pobre. Una víctima más del maloso de su
marido (ahora vas, Tomás, y te chupas el dedo). Pero lo que de verdad me amarga
el paladar es oírles llorar porque no pueden pagar los plazos de la hipoteca.
Pues qué vendan los grifos del bidé, que aún sobraría para esquís.
El segundo borrón, un buen capazo de detritos del sistema.
Éste afecta a la peinetera consorte, la mujer del impresentable de Bárcenas.
Rosalía Iglesias, que así se llama la del abrigo de pieles, movió por aquí y
por allá más de 600.000 euros entre ingresos en efectivo y cheques. ¿Y el
dinero de dónde salía, de dónde? Pues de donde cagó el conde donante y sus
primos de Gürtel, todo muy supuesto. Partiendo y repartiendo, la mayor parte en
mi bolsillo la voy metiendo. Y envío a la parienta para que lo pasee, que huele
a cerrado. Y eso que en esta historia de terror no se cuentan los 500.000 euros
en billetes de 500 que la acosada Rosalía ingresó en una cuenta de Cajamadrid.
Una calderilla que, para Anticorrupción, merece investigación al margen.
Pues lo dicho, que me enrollo mucho. Lo de los contrastes.
Millones de españoles sufriendo mientras unos cuantos se descojonan. Un frenesí
para morirse. O matar. Va en gustos.
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