Como soy un enfermo, me
imagino la supuesta conversación entre el hipotecado empalmado Undargarín y
González Pons, y me meo todo. Incontinente mental que es uno. Digna de ser
grabada con un micro camuflado en un florero de diseño o, si no alcanza el
presupuesto, con un walkie de la Barbie dentro de una freidora, aunque se
confundan las palabras con el chup chup de los calamares. Qué pena, mare, qué
pena.
“Esteban, recalifícame la Albufera,
que te levanto ahí unos adosados y después, como quien no quiere la cosa, un
campo de golf o un puerto deportivo. Venga, hombre, no seas tonto. Si total, son cuatro charcos de nada, llenos de
mosquitos de palmo y que están para mí ahí, llevan siglos esperándome… ¿No? Piénsatelo
bien, que ya sabes que soy el yerno alto, guapo, rubio y deportista, el
preferido, un máquina... ¿Otra vez no? Pues mira lo que te digo, no te voy a
insistir. Ni para ti ni para mí. Organizamos los juegos de verano, aunque sea
de coña, y me olvido del tema. Me marcho con la murga a otro lado, que me han
dicho que igual me consiguen el Museo del Prado para montar un videoclub. Y si
no me sale el negocio, me agencio El Escorial, meto los restos de la familia
política en una fosa común y una vez despejado lo transformo en un spa de cojón
de mico. Y como la cosa funcione, muevo los hilos y me dejan Cabrera para que
me construya una villa meona para las vacaciones. Como es un parque natural protegido,
pues no vive ni Dios allí y me podría pasar todo el día en pelotas, un flipe.
Ya sabes, es bueno estar cerca de los suegros pero no tan juntos, que uno
pierde su intimidad y tal y tal.”
Y a todo este relato de
ficción, sólo añadir: Joer, y que este tío no esté todavía en el trullo. Así nos
va.
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