Desde hace algunos días circula por la red una conversación que supuestamente se produjo en Francia hace cuatro siglos durante el reinado de Luis XIV, el Rey Sol. En ella, Jules Mazarin, más conocido como el cardenal Mazarino, a la sazón Primer Ministro tras la muerte del cardenal Richelieu, departe con Jean Baptiste Colbert, su hombre de confianza, secretario personal, máximo responsable de las fianzas del país vecino y a la postre sucesor. Hablan sobre la forma de recaudar dinero para una Francia arruinada por las guerras y por una pésima y/o corrupta gestión de los recursos, malversaciones incluidas. Ya metido en harina y con el fin de adornar el artículo, conviene señalar en este punto que el mismo Colbert elaboró una memoria en la que acusaba al todopoderoso superintendente de finanzas Nicolás Fouquet de llevárselo calentito, afirmando que menos de la mitad de los impuestos recaudados alcanzaban su destino. Es decir, vamos, que por el camino muchas manos golosas y acomodadas se agenciaban de lo que podían. ¿Cómo acabó el pájaro? En una jaula de la fortaleza de Pignerol. Dicen los que se dedican a esto que fue el famoso D´Artagnan quién se encargó de capturar al chorizo y entregarlo a la justicia. El tal Fouquet, vizconde de aquí y allá, marqués de acullá y los títulos que le quieras poner, dejó de respirar de forma misteriosa en la prisión donde le encerraron. Algunos historiadores convergen en asegurar que, ante el temor a lo que sabía y pudiera contar, lo envenenaron convenientemente. Vaya usted a saber.
Ahora es cuando tú te preguntas qué carajo te importa lo que estoy escribiendo. Y tienes razón. No es más que una charla entre los dos hombres fuertes de una monarquía absolutista y represiva que buscaba dinero desesperadamente y el ¿merecido? final de un tipejo que hace trescientos cincuenta años robaba lo que se le antojaba, enriqueciéndose mientras sus administrados se morían de hambre. Insisto. Tienes razón.
Ahora bien, yo te cuento la supuesta conversación y después me dices.
“Colbert: Para conseguir dinero, hay un momento en que, engañar [al contribuyente] ya no es posible. Me gustaría que me explicara cómo es posible continuar gastando cuando ya se está endeudado hasta al cuello...
Mazarino: Si se es un simple mortal, claro está, cuando se está cubierto de deudas, se va a parar a la prisión. Pero el Estado...!cuando se habla del Estado, eso ya es distinto! No se puede mandar el Estado a prisión... Por tanto, el Estado puede continuar endeudándose. ¡Todos los Estados lo hacen!
Colbert: ¿Ah sí? ¿Usted piensa eso? Con todo, precisamos de dinero. Y, ¿cómo hemos de obtenerlo si ya creamos todos los impuestos imaginables?
Mazarino: Se crean otros.
Colbert: Pero ya no podemos lanzar más impuestos sobre los pobres.
Mazarino: Es cierto, eso ya no es posible.
Colbert: Entonces, ¿sobre los ricos?
Mazarino: Sobre los ricos tampoco. Ellos no gastarían más y un rico que no gasta, no deja vivir a centenares de pobres. Un rico que gasta, sí.
Colbert: Entonces, ¿cómo hemos de hacer?
Mazarino: Colbert, tú piensas como un queso de Gruyere o como el orinal de un enfermo.¡Hay una cantidad enorme de gente entre los ricos y los pobres! Son todos aquellos que trabajan soñando en llegar algún día a enriquecerse y temiendo llegar a pobres. Es a esos a los que debemos gravar con más impuestos..., cada vez más..., ¡siempre más! A esos, cuanto más les quitemos, más trabajarán para compensar lo que les quitamos.¡ Son una reserva inagotable!”
Hasta aquí el diálogo que circula por internet y hasta aquí la tribuna. Juro que he intentado contrastar la veracidad del mismo y juro que no lo he logrado. Si alguien sabe de dónde ha salido me lo podría decir. Sólo para saciar mi curiosidad. Porque, tal y como hemos convenido antes, tú tienes razón. Esta es una historia que nada tiene que ver contigo y conmigo, ¿verdad?...Pero nada de nada. Por estos lares y en estos tiempos en los que sobrevivimos, pocos mosqueteros hay que enchironen a los mangantes, pocas cárceles que se nutran de visitantes ilustres y poco veneno con el que limpiarse al depravado. Aunque me tienes que reconocer que de Fouquets, Colberts y Mazarinos andamos quizás demasiado sobrados. Sobre todo de Fouquets
Un sitio donde reflejar lo que piensas. Te invito a que compartas conmigo tu libertad.
martes, 31 de enero de 2012
jueves, 26 de enero de 2012
Es la guerra
Bueno. Uno siempre tiene la sensación de que debería haber estudiado más, haber aprovechado más el tiempo en lugar de entretenerse en disfrutar de lo que la vida ofrecía. Veo las cosas como están y pienso que si hubiera dedicado más horas a los libros y menos a buscarme las habichuelas y gozar de la juventud o, simplemente, hubiera optado por especializarme en económicas, empresariales, ciencias políticas o cualquier otra carrera de características similares en vez de perder el tiempo en estudiar derecho e ingeniería y trabajar, mejor me habría ido, fijo que sí.
Ahora mismo sería un licenciado en paro pero entendería el porqué de tantos y tantos palos que nos han metido, nos están metiendo y, lo que acojona aún más, nos van a meter. Me dolerían lo mismo, aunque no de la misma forma. Quizás comprendería que destruir empleo público y privado, subir impuestos, entregar mi dinero a los bancos implicados en la desintegración del sistema y llevar al límite la supervivencia de todo un pueblo constituyen los ejes sobre los que vertebrar la resurrección de España. Sí, España. Ese conglomerado de autonomías controlado por una raza especial de gestores políticos y allegados de bien vivir que se han preparado, han apuntado y han hecho fuego, ejecutándolo sin compasión.
Ya sabéis, yo, al igual que muchos de vosotros, soy uno más de esos tontos de los que se espera que abran la boca y se traguen las hogazas de cemento que los ilustres próceres de la patria nos recetan vía decreto intramuscular (ojo, ilustres, que no ilustrados, no nos confundamos, que no es ni por asomo lo mismo). Vamos, que soy un perfecto imbécil, lo reconozco. Un memo de los que ha sufragado fiestas pasadas, un mentecato que paga la factura de la fiesta actual, un tarado al que están obligando a correr con los gastos de las fiestas futuras. Y qué queréis que os diga. No aguanto más.
No me voy a mover con la misma hora que algunos representantes de trabajadores, sibaritas aficionados a los Rolex, desayunos en el Hotel Villamagna, comilonas en El Chaflán o cruceros de lujo, espabilados que acceden a áticos de protección oficial a pesar de ganar más de 100.000 euros (joder, se ve que lo de la lucha obrera da para mucho). No me voy a mover al ritmo del político inepto y/o clientelista, del amigo de sus amigos, del expoliador, del electo irresponsable y su banda de sicarios. Y, por supuesto, tampoco me voy a mover al son que me marca el chorizo impune, el aprovechado, el ladrón indigno y despreciable, el abyecto miserable que me restriega por la cara su riqueza mientras me inunda de basura.
Como siempre, y es que no aprendo y no creo que ya, con los años que tengo, vaya a aprender, voy a ir de frente. No me voy a conformar con ciscarme en el esqueleto de los antes relacionados sin hacer nada más. Nunca he sido un cobarde y voy a devolver los golpes con golpes, aunque ello suponga responder con guijarros a misiles tierra-tierra. Desde estas líneas y desde las que sucesivamente vengan detrás, voy a perseguirles, voy a acosarles, voy a delatar cada traición que cometan, les voy a señalar y les voy a plantar cara. En definitiva, y con esa intención escribo lo que estás leyendo, les declaro la guerra. Y te invito a que tú también lo hagas. O ellos o nosotros, no hay otra.
Ahora mismo sería un licenciado en paro pero entendería el porqué de tantos y tantos palos que nos han metido, nos están metiendo y, lo que acojona aún más, nos van a meter. Me dolerían lo mismo, aunque no de la misma forma. Quizás comprendería que destruir empleo público y privado, subir impuestos, entregar mi dinero a los bancos implicados en la desintegración del sistema y llevar al límite la supervivencia de todo un pueblo constituyen los ejes sobre los que vertebrar la resurrección de España. Sí, España. Ese conglomerado de autonomías controlado por una raza especial de gestores políticos y allegados de bien vivir que se han preparado, han apuntado y han hecho fuego, ejecutándolo sin compasión.
Ya sabéis, yo, al igual que muchos de vosotros, soy uno más de esos tontos de los que se espera que abran la boca y se traguen las hogazas de cemento que los ilustres próceres de la patria nos recetan vía decreto intramuscular (ojo, ilustres, que no ilustrados, no nos confundamos, que no es ni por asomo lo mismo). Vamos, que soy un perfecto imbécil, lo reconozco. Un memo de los que ha sufragado fiestas pasadas, un mentecato que paga la factura de la fiesta actual, un tarado al que están obligando a correr con los gastos de las fiestas futuras. Y qué queréis que os diga. No aguanto más.
No me voy a mover con la misma hora que algunos representantes de trabajadores, sibaritas aficionados a los Rolex, desayunos en el Hotel Villamagna, comilonas en El Chaflán o cruceros de lujo, espabilados que acceden a áticos de protección oficial a pesar de ganar más de 100.000 euros (joder, se ve que lo de la lucha obrera da para mucho). No me voy a mover al ritmo del político inepto y/o clientelista, del amigo de sus amigos, del expoliador, del electo irresponsable y su banda de sicarios. Y, por supuesto, tampoco me voy a mover al son que me marca el chorizo impune, el aprovechado, el ladrón indigno y despreciable, el abyecto miserable que me restriega por la cara su riqueza mientras me inunda de basura.
Como siempre, y es que no aprendo y no creo que ya, con los años que tengo, vaya a aprender, voy a ir de frente. No me voy a conformar con ciscarme en el esqueleto de los antes relacionados sin hacer nada más. Nunca he sido un cobarde y voy a devolver los golpes con golpes, aunque ello suponga responder con guijarros a misiles tierra-tierra. Desde estas líneas y desde las que sucesivamente vengan detrás, voy a perseguirles, voy a acosarles, voy a delatar cada traición que cometan, les voy a señalar y les voy a plantar cara. En definitiva, y con esa intención escribo lo que estás leyendo, les declaro la guerra. Y te invito a que tú también lo hagas. O ellos o nosotros, no hay otra.
lunes, 23 de enero de 2012
Heredar
En eso de las herencias hay distintos niveles según sea el beneficio que el legatario recibe. Si tienes un familiar rico que decide dejarte hasta los pomos de las puertas para que tú los disfrutes, tu vida se puede transformar en una bacanal que, una vez cubiertas las necesidades, te permita disfrutar como un poseso de los vicios y caprichos que tu bolsillo tiene vetados. Bendito tú.
También, por qué no, un buen día te enteras de que eres el único familiar vivo de un adinerado desconocido que acaba de estirar la pata y ¡bingo!, a gozarla a tope. De nuevo, bendito tú.Es posible que lo que heredes, tras lloros y entierro, sea el coche de, la casa de, las cosas de y los cuartos que de tenga en el banco, si es que queda algún euro al que meter mano. Otra vez, bendito tú. Ahora bien, lo más común es que lo susceptible de ser transmitido no lo quiera ni el sadomasoquista más radical del mundo. Deudas, deudas y deudas que sumar a las propias. Entonces, lo suyo, si la ley te lo permite, es renunciar y punto. Al muerto no le has visto ni en fotos. Ése marrón no te lo comes. Por los pelos, pero bendito tú también.
Pero, ¡ay, amigo! ¿Qué ocurre cuando lo que te viene encima sin buscártelo es una ruina colosal, una titánica miseria que te va a hundir en un monumental saco de desgracia, decadencia, depresión e insolvencia? ¿Que ocurre si el mayorazgo cedido es una patada en los riñones que te arrastra a la quiebra total de tu subsistencia? ¿Qué ocurre si no existe forma humana de rehusar la donación? Yo te lo digo.
Ocurre que vives en España, que acabas de arrancar el 2012 y que has tenido el infortunio de ser gobernado por ineptos y/o mangantes, por una calaña de pelaje espinoso que se ha esforzado en desplumarte del todo. Eso ocurre y no otra cosa. Entonces, maldito tú, ¿no?
Hoy la noticia es la caída prevista de un 1,5 % del PIB para el 2012. Dato que supone, junto al resto de condicionantes ya conocidos, la entrada en una profunda recesión. Una herencia no deseada que gentilmente nos ha sido otorgada merced, mayormente, a la incompetencia del gobierno central y al despilfarro de los gobiernos autonómicos, sin olvidar, por supuesto, el lujurioso desmadre en las cuentas de muchos ayuntamientos. ¡Qué alegría, qué alboroto, otro perrito piloto!
Y luego quieren que confiemos en esta laya infame de gestores de lo público que, aplicando el principio político de que tengo cuatro años para garantizarme el futuro, se cubren sus espaldas mientras graciosamente nos dejan con el culo al aire. El país ha muerto a manos de estos desalmados y nos toca al resto apechugar con el armagedón.No sé vosotros, pero yo, herencias de éstas, no, gracias. Prefiero muerte.
También, por qué no, un buen día te enteras de que eres el único familiar vivo de un adinerado desconocido que acaba de estirar la pata y ¡bingo!, a gozarla a tope. De nuevo, bendito tú.Es posible que lo que heredes, tras lloros y entierro, sea el coche de, la casa de, las cosas de y los cuartos que de tenga en el banco, si es que queda algún euro al que meter mano. Otra vez, bendito tú. Ahora bien, lo más común es que lo susceptible de ser transmitido no lo quiera ni el sadomasoquista más radical del mundo. Deudas, deudas y deudas que sumar a las propias. Entonces, lo suyo, si la ley te lo permite, es renunciar y punto. Al muerto no le has visto ni en fotos. Ése marrón no te lo comes. Por los pelos, pero bendito tú también.
Pero, ¡ay, amigo! ¿Qué ocurre cuando lo que te viene encima sin buscártelo es una ruina colosal, una titánica miseria que te va a hundir en un monumental saco de desgracia, decadencia, depresión e insolvencia? ¿Que ocurre si el mayorazgo cedido es una patada en los riñones que te arrastra a la quiebra total de tu subsistencia? ¿Qué ocurre si no existe forma humana de rehusar la donación? Yo te lo digo.
Ocurre que vives en España, que acabas de arrancar el 2012 y que has tenido el infortunio de ser gobernado por ineptos y/o mangantes, por una calaña de pelaje espinoso que se ha esforzado en desplumarte del todo. Eso ocurre y no otra cosa. Entonces, maldito tú, ¿no?
Hoy la noticia es la caída prevista de un 1,5 % del PIB para el 2012. Dato que supone, junto al resto de condicionantes ya conocidos, la entrada en una profunda recesión. Una herencia no deseada que gentilmente nos ha sido otorgada merced, mayormente, a la incompetencia del gobierno central y al despilfarro de los gobiernos autonómicos, sin olvidar, por supuesto, el lujurioso desmadre en las cuentas de muchos ayuntamientos. ¡Qué alegría, qué alboroto, otro perrito piloto!
Y luego quieren que confiemos en esta laya infame de gestores de lo público que, aplicando el principio político de que tengo cuatro años para garantizarme el futuro, se cubren sus espaldas mientras graciosamente nos dejan con el culo al aire. El país ha muerto a manos de estos desalmados y nos toca al resto apechugar con el armagedón.No sé vosotros, pero yo, herencias de éstas, no, gracias. Prefiero muerte.
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viernes, 20 de enero de 2012
Mango. Lo que sea.
He recibido un correo electrónico en el que aparece Undargarín guapo como un sol, de traje y corbata, posando cual modelo de pasarela y publicitando una marca de ropa. Mango. Lo que sea. Es un buen derroche de imaginación popular. Bueno y triste. Te ríes porque piensas que este señor ha tirado de manguera real y ha arrimado bocamanga a su bolsillo para convertirse en magnate de las subvenciones y extravíos de dineros ajenos. Penoso. Así que, por qué no. Qué menos que el español se burle y mofe del estandarte actual de la caterva patria de mangantes de salón y mangutas cutres, manga de choricillos picantes todos y cada uno de ellos.
Mango. Lo que sea. En la tarjeta nombre, primer apellido y a continuación señor de tal. Corolario que provoca que el talón lo firme hasta el de las baldosas, al que los goles sólo se los metían en el campo y jamás en los despachos. Trece folios a 50.000 del ala cada uno. Ni el original de la Declaración de Independencia de los USA vale tanto.
Mango. Lo que sea. Le ha tocado la lotería a la empresa. Publicidad gratuita. Tiene la firma de ropa a su disposición suficientes modelos expertos en mangar como para elaborar un calendario colosal y colocarle rostro, cuerpo y palmito a cada día de este año y del que viene, y del siguiente y de todo el siglo. De abajo a arriba. No se le acaban los nombres. De todo, como en botica. Amiguetes de aquél, coleguillas del que tú sabes, familiares consanguíneos y con mucha jeta, algunos concejaletes, ciertos alcaldillos, varios encamarados electos y un tornado de arrimados que todo lo absorbe, chupones de retretes con el rostro de Macael capaces de oír el tintineo de la calderilla desde la estación espacial. Y los puentes y festivos reservados a los próceres de la patria, los más destacados, porque ellos lo valen.
Eso sí. Cuatro fechas especiales. La primera, el día del padre. No siempre la familia tiene la culpa y ya se acuerdan de él muchas veces. Toneladas de papel higiénico para quitarse del cuerpo lo que se le manda con fruición. La segunda, el primero de mayo, día del Trabajo, pues no hay rostro que poner dado que ni uno de los disponibles ha clavado un clavo en su vida. La tercera, el día de la madre. Por lo mismo que lo del padre, añadiéndole referencias a profesiones antiguas y gozosas para amantes del vicio carnal. Y la cuarta la Nochebuena. Siempre, siempre y siempre, hasta que los cielos se abran y el juicio final nos coloque a todos en nuestro sitio, el 24 de diciembre pertenecerá, cómo no, al duquesito trincón.
Mango. Lo que sea. En la tarjeta nombre, primer apellido y a continuación señor de tal. Corolario que provoca que el talón lo firme hasta el de las baldosas, al que los goles sólo se los metían en el campo y jamás en los despachos. Trece folios a 50.000 del ala cada uno. Ni el original de la Declaración de Independencia de los USA vale tanto.
Mango. Lo que sea. Le ha tocado la lotería a la empresa. Publicidad gratuita. Tiene la firma de ropa a su disposición suficientes modelos expertos en mangar como para elaborar un calendario colosal y colocarle rostro, cuerpo y palmito a cada día de este año y del que viene, y del siguiente y de todo el siglo. De abajo a arriba. No se le acaban los nombres. De todo, como en botica. Amiguetes de aquél, coleguillas del que tú sabes, familiares consanguíneos y con mucha jeta, algunos concejaletes, ciertos alcaldillos, varios encamarados electos y un tornado de arrimados que todo lo absorbe, chupones de retretes con el rostro de Macael capaces de oír el tintineo de la calderilla desde la estación espacial. Y los puentes y festivos reservados a los próceres de la patria, los más destacados, porque ellos lo valen.
Eso sí. Cuatro fechas especiales. La primera, el día del padre. No siempre la familia tiene la culpa y ya se acuerdan de él muchas veces. Toneladas de papel higiénico para quitarse del cuerpo lo que se le manda con fruición. La segunda, el primero de mayo, día del Trabajo, pues no hay rostro que poner dado que ni uno de los disponibles ha clavado un clavo en su vida. La tercera, el día de la madre. Por lo mismo que lo del padre, añadiéndole referencias a profesiones antiguas y gozosas para amantes del vicio carnal. Y la cuarta la Nochebuena. Siempre, siempre y siempre, hasta que los cielos se abran y el juicio final nos coloque a todos en nuestro sitio, el 24 de diciembre pertenecerá, cómo no, al duquesito trincón.
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martes, 17 de enero de 2012
Me río yo del sacrificio de Isaac
Dentro de este montaje en el que nos movemos por obra y gracia de nuestra gloriosa pertenencia a la Unión Europea, el papel a desempeñar por España en el cambalache está cada vez más definido. Los que cortan el bacalao, mientras riegan el chucrut y las salchichas de a metro con champagne francés, consideran que la estabilidad de la zona euro y, por ende, de todo el sistema “econocida” que gozamos con alegría y frenesí los bárbaros del sur depende de lo que nuestros gobernantes puedan ofrecer para ser devorado por los dioses. Una cosa amena y entretenida como el relato bíblico que aparece en el Génesis y que cuenta la divertida anécdota de Abraham y su hijo Isaac.
Recordemos. Dios ordenó a Abraham el sacrificio de su hijo Isaac si se quería convertir en el verdadero padre de muchos pueblos. El patriarca, tras viajar un tiempo, encontró el túmulo que Dios le mostró como el lugar indicado para la ofrenda. Cogió a su hijo y le hizo subir la montaña cargado con la leña con la que iba a ser inmolado. Isaac, durante la penosa ascensión, no paraba de preguntar a su padre una y otra vez por el animal que iba a ser la víctima del holocausto. Abraham, caldeo él, el sueco se hacía mientras su vástago inquiría insistente sobre dónde estaba el futuro carnero asado, obteniendo como única y repetida respuesta que el Señor proporcionaría uno. Así todo el camino: Isaac con el combustible de su propia pira sobre las espaldas a la par que su padre, con el bastón en una mano y el cuchillo en el zurrón, ni sabía ni contestaba.
Una vez en la cima Abraham preparó el altar donde degollaría y después quemaría a su hijo, sangre de su sangre. Tiempo y energía tuvo para ello pues él ni una rama portó para llegar a la cumbre antes que Isaac. Éste, derrengado por el peso de la carga, sin fuerzas y seco como una mojama ya que su padre ni agua le dio para el trayecto, alcanzó arrastrándose su patíbulo. Mientras jadeaba por la sed y mareado por el sobreesfuerzo, Abraham le agarró y sin otorgarle la más mínima oportunidad para que reaccionase, lo tumbó sobre el altar y se dispuso a liquidarle. Dos tajos rápidos y certeros y al fuego. Cualquier cosa con tal de lograr la grandeza ante los ojos de Dios.
Fue en el preciso instante en que la muerte se abatía definitiva sobre Isaac cuando, de quién sabe dónde, apareció un ángel y detuvo la carnicería, entregando a Abraham otra inocente pieza que sustituyera a su hijo. Un final de lujo. Abraham, contento porque había demostrado su decisión, e Isaac, temblando aún de miedo pero feliz por haberse librado de la sangría.
Hasta aquí una narración novelada de la Biblia. A partir de este punto que cada uno rebautice a los protagonistas del relato. Para mí, que muy bien no debo de andar de la cabeza ya que me entretengo en escribir estas cosas, Abraham es el papá gobierno que está dispuesto a sacrificar tras martirio a sus hijitos, los españoles, en honor y para gloria y grandeza propias, como ejecutor, y de los dioses europeos, como grandes hacedores. Lo que ocurre es que pienso y pienso y no encuentro ni ángel que frene la matanza ni carnero que poner en lugar nuestro.
Así que, lo dicho al principio. El papel de España es el de costillar a la brasa. Del barato. Qué pena, madre, qué pena.
Recordemos. Dios ordenó a Abraham el sacrificio de su hijo Isaac si se quería convertir en el verdadero padre de muchos pueblos. El patriarca, tras viajar un tiempo, encontró el túmulo que Dios le mostró como el lugar indicado para la ofrenda. Cogió a su hijo y le hizo subir la montaña cargado con la leña con la que iba a ser inmolado. Isaac, durante la penosa ascensión, no paraba de preguntar a su padre una y otra vez por el animal que iba a ser la víctima del holocausto. Abraham, caldeo él, el sueco se hacía mientras su vástago inquiría insistente sobre dónde estaba el futuro carnero asado, obteniendo como única y repetida respuesta que el Señor proporcionaría uno. Así todo el camino: Isaac con el combustible de su propia pira sobre las espaldas a la par que su padre, con el bastón en una mano y el cuchillo en el zurrón, ni sabía ni contestaba.
Una vez en la cima Abraham preparó el altar donde degollaría y después quemaría a su hijo, sangre de su sangre. Tiempo y energía tuvo para ello pues él ni una rama portó para llegar a la cumbre antes que Isaac. Éste, derrengado por el peso de la carga, sin fuerzas y seco como una mojama ya que su padre ni agua le dio para el trayecto, alcanzó arrastrándose su patíbulo. Mientras jadeaba por la sed y mareado por el sobreesfuerzo, Abraham le agarró y sin otorgarle la más mínima oportunidad para que reaccionase, lo tumbó sobre el altar y se dispuso a liquidarle. Dos tajos rápidos y certeros y al fuego. Cualquier cosa con tal de lograr la grandeza ante los ojos de Dios.
Fue en el preciso instante en que la muerte se abatía definitiva sobre Isaac cuando, de quién sabe dónde, apareció un ángel y detuvo la carnicería, entregando a Abraham otra inocente pieza que sustituyera a su hijo. Un final de lujo. Abraham, contento porque había demostrado su decisión, e Isaac, temblando aún de miedo pero feliz por haberse librado de la sangría.
Hasta aquí una narración novelada de la Biblia. A partir de este punto que cada uno rebautice a los protagonistas del relato. Para mí, que muy bien no debo de andar de la cabeza ya que me entretengo en escribir estas cosas, Abraham es el papá gobierno que está dispuesto a sacrificar tras martirio a sus hijitos, los españoles, en honor y para gloria y grandeza propias, como ejecutor, y de los dioses europeos, como grandes hacedores. Lo que ocurre es que pienso y pienso y no encuentro ni ángel que frene la matanza ni carnero que poner en lugar nuestro.
Así que, lo dicho al principio. El papel de España es el de costillar a la brasa. Del barato. Qué pena, madre, qué pena.
jueves, 12 de enero de 2012
Sodomizar al funcionario, deporte nacional.
Un buen amigo me comentaba esta mañana que ya estaba cansado de que le sodomizaran, día sí y día también, a pelo y sin avisar. Que él no había venido al mundo para que, ante la pasividad de unos y para el regocijo de otros, los que mandan se cebaran en su persona, vomitándole encima las consecuencias de las nefastas gestiones y/o descaradas corruptelas que, o bien provenientes de ellos o bien de los incompetentes del otro bando, con la colaboración de otros secuaces del sistema, han arruinado al país. Que no quiere continuar sometido al aluvión de tactos rectales que parten alegres desde la dirección política para aterrizar ufanos en su culo, dispuestos a escarbar hasta alcanzarle las entrañas y arrancárselas.
¿Expresivo, verdad? Y algo escatológico. Es lo que se debe esperar de un tipejo al que muchos definen sin conocer como un vago y maleante vividor, un paria bastardo y mal nacido, un parásito inútil e incapaz, un despojo de la humanidad, un engendro del sistema, y demás lindezas que, brotando de bocas amargas, las mentes rabiosas se puedan imaginar. Un ser deleznable que ha perpetrado la infame osadía de estudiar como un macho cabrío durante años, presentarse a una oposición en disputa con tropecientos y aprobarla, accediendo así a un espléndido trabajo por el que andaba cobrando hasta ahora la ingente cantidad de mil eurillos. Un delincuente, un puñetero funcionario, vade retro Satanás.
Y todo su cabreo porque, para pagar la fiesta en la que nos han metido meritorios padres de la patria, además de los guantazos que comparte con el resto de los españoles, él se lleva unos cuantos más. Qué se joda, dicen los tontos. Ajo y agua, que para eso es un privilegiado. Un aborrecible sujeto del que cuando las vacas eran tan gordas que daban leche merengada, el mismo que hoy está dispuesto a colaborar y consentir con el linchamiento se descojonaba en su cara al grito de pringado. Un gusano que ha perdido en los últimos años más de un 50 % de poder adquisitivo. Un perro sarnoso que tiene que tragarse todo lo que el okupa que cada cuatro años asalta la administración en la que trabaja hace y deshace mientras en muchas, demasiadas ocasiones se lo lleva bonito.
El caso es que esta entrañable persona, un currante bueno a más no poder que respira lo justo por no molestar, conocedor de que uno se dedica a escribir historias de vez en cuando, quería que se contara su lamento. Sangrando por las heridas que le producen las hincadas de los estribos y soportando sobre su grupa la carga propia y la ajena, le habían terminado de abrir las tripas vía correo electrónico. El sindicato que le pasaba en Rodiezmo la vaselina al innombrable para que practicara la sodomía con los españoles le convocaba a una movilización contra los recortes en el sector público. Camaradas todos, ahora sí, a por ellos. Antes no, que en el barril había un grifo directo a un bolsillo pasivo, complaciente y amigo.
Me dice que él necesita gritar, que su voz se oiga, que el español debe darse cuenta de que destruyendo al empleado público se destruyen los servicios y con ellos el Estado. Pero que le descompone y enerva que los que antes le abandonaron y formaron parte de la quiebra sean los que ahora se arroguen las riendas de la protesta. No fía en los cómplices del anterior gobierno. Y yo le digo que yo tampoco, pero que los sindicatos son imprescindibles, son la única defensa que le queda al trabajador. Eso sí, qué duda cabe, los sindicatos de verdad, no éstos.
¿Expresivo, verdad? Y algo escatológico. Es lo que se debe esperar de un tipejo al que muchos definen sin conocer como un vago y maleante vividor, un paria bastardo y mal nacido, un parásito inútil e incapaz, un despojo de la humanidad, un engendro del sistema, y demás lindezas que, brotando de bocas amargas, las mentes rabiosas se puedan imaginar. Un ser deleznable que ha perpetrado la infame osadía de estudiar como un macho cabrío durante años, presentarse a una oposición en disputa con tropecientos y aprobarla, accediendo así a un espléndido trabajo por el que andaba cobrando hasta ahora la ingente cantidad de mil eurillos. Un delincuente, un puñetero funcionario, vade retro Satanás.
Y todo su cabreo porque, para pagar la fiesta en la que nos han metido meritorios padres de la patria, además de los guantazos que comparte con el resto de los españoles, él se lleva unos cuantos más. Qué se joda, dicen los tontos. Ajo y agua, que para eso es un privilegiado. Un aborrecible sujeto del que cuando las vacas eran tan gordas que daban leche merengada, el mismo que hoy está dispuesto a colaborar y consentir con el linchamiento se descojonaba en su cara al grito de pringado. Un gusano que ha perdido en los últimos años más de un 50 % de poder adquisitivo. Un perro sarnoso que tiene que tragarse todo lo que el okupa que cada cuatro años asalta la administración en la que trabaja hace y deshace mientras en muchas, demasiadas ocasiones se lo lleva bonito.
El caso es que esta entrañable persona, un currante bueno a más no poder que respira lo justo por no molestar, conocedor de que uno se dedica a escribir historias de vez en cuando, quería que se contara su lamento. Sangrando por las heridas que le producen las hincadas de los estribos y soportando sobre su grupa la carga propia y la ajena, le habían terminado de abrir las tripas vía correo electrónico. El sindicato que le pasaba en Rodiezmo la vaselina al innombrable para que practicara la sodomía con los españoles le convocaba a una movilización contra los recortes en el sector público. Camaradas todos, ahora sí, a por ellos. Antes no, que en el barril había un grifo directo a un bolsillo pasivo, complaciente y amigo.
Me dice que él necesita gritar, que su voz se oiga, que el español debe darse cuenta de que destruyendo al empleado público se destruyen los servicios y con ellos el Estado. Pero que le descompone y enerva que los que antes le abandonaron y formaron parte de la quiebra sean los que ahora se arroguen las riendas de la protesta. No fía en los cómplices del anterior gobierno. Y yo le digo que yo tampoco, pero que los sindicatos son imprescindibles, son la única defensa que le queda al trabajador. Eso sí, qué duda cabe, los sindicatos de verdad, no éstos.
martes, 10 de enero de 2012
Un viaje a Nunca Jamás
Llevo un buen rato asomado al balcón y mirando como un idiota hacia las estrellas, en busca de una nube con forma de galeón que me secuestre y me conduzca al País de Nunca Jamás. Ya sé que un hombre de taitantos años, fondón, con más pelo ya en las piernas que en la cabeza y que se encuentra en ese momento de la vida en el que el carácter se torna de dulce en una leche agria y mala (¿será la pitopausia?) no debería perder el tiempo en estas gilipolleces. Pero ya que este divino paraíso terrenal en el que la fortuna me permite retozar alegremente es un erial árido y pedregoso, después de una dura jornada devanándome los sesos entretenido en el noble deporte de sobrevivir, el placer de dedicar unos minutos de mi maravillosa existencia a evadirme en el limbo de lo absurdo es un lujo que aún puedo permitirme ya que todavía no cobran entrada.
Ahí estoy yo. Patético. Soñando con un país imaginario en el que los piratas son piratas de los de parche en el ojo, garfio en vez de mano y una pierna de madera arrancada a una silla, unos zarrapastrosos que moran todos juntos en un barco y cuya único temor es ser devorados por un cocodrilo colosal. Un país en el que el habitante más independiente es un chiquillo repelente y hortera vestido de verde, que vuela gracias a unos polvos mágicos que le proporciona un hada de diez centímetros y cuyo ejército está compuesto por una miserable banda de niños perdidos…¡Alto! ¡Todos parados!¡Viva Honduras!...se me va la pinza…Bueno, continúo con este bucólico relato, que estoy inspirado (ja). Un país en el que las sirenas son unas hermosas y embaucadoras criaturas, un mixto entre mujer y pez de penetrante mirada y misteriosa belleza que te hipnotiza con su melodioso canto. Un país en el que los indios son indios de verdad, de los que cazan su comida y bailan en rededor de una hoguera, conectados con su Manitú particular merced a un colocón glorioso vía pipa de la paz. Un país en el que encontrar vivienda se reduce a ocupar el árbol hueco que más te place, y alimentarse un acto de imaginación. Un país fantástico…
¡Vaya! Por la esquina dobla vociferando un chaval, que los veinte aún no los tiene. Lleva encima una borrachera del ocho y no para de berrear. Blasfema en arameo y se lo hace encima de todas las instituciones privadas, públicas y sagradas que existen en este mundo y en el resto de planetas habitables…Se cae…Se levanta…Se vuelve a caer, esta vez contra un coche…No se mueve…Para habernos matado el trompazo que se ha metido…No, no se ha muerto, ya se incorpora y más mal que bien continúa su camino. Bueno, a lo mío.
¿Por dónde iba yo? ¡Ah, sí¡ Un país de piratas de traje de sastrería (el que los pague), que le han puesto sus parches a los dos ojos de la diosa Temis, Iustitia o como quieras llamarla para que no vea más allá de dónde le dicten y legislen. Piratas que portan el garfio en el bolsillo, siempre atentos para pescar todo lo que en la talega quepa. Piratas electos con el corazón de madera y la cara de piedra que han invadido los barcos del pueblo y que con los cocodrilos se hacen zapatos y bolsos. Piratas que no temen a nada ni a nadie pues se saben intocables. Un fabuloso país en el que, el que se atreve a plantar cara y vuela acaba en la cazuela o enganchado a diez centímetros de polvos mágicos. Un país en el que el habitante más independiente, por lo menos hasta que se le pase el pedal, se ha abierto la cabeza hace un momento contra el capó de un coche. Un país cuyo ejército anda perdido por tierras extrañas, ocupado en la reconquista de la Tierra Santa talibán, dejándose matar por cuatro perras gordas. Un país en el que las sirenas viajan sin médico ni sanitarios para ahorrarse abonar las guardias. Un país en el que los indios andamos haciendo el indio sin descanso, bailándole el agua a los piratas, a sus asesores, a los que les custodian los tesoros, a los que lucen una sangre de otro color por derecho divino y a los que sin oficio conocido encuentran su beneficio en el expolio de lo ajeno. Indios que nos tragamos todo eso y mucho más sin necesidad de fumarnos nada, únicamente por cobardía, complacencia, miedo, instinto, pasividad o complicidad, que de todo hay. Un país de horchateros en el que no podemos pagar una vivienda digna sin prostituir el alma, y en el que alimentarse es un derroche de inventiva e imaginación… Mira por dónde, en lo de la comida y en los zarrapastrosos este fantástico país coincide de lleno con Neverland.
Casi que mejor entro en casa, que empieza a caer la fría noche y mañana toca pelear de nuevo. He empezado soñando y soñando y, como no podía ser de otra manera, me he comido entera, hasta la mismísima campanilla, la puñetera realidad. Como no despertemos, de ésta no nos salva ni Dios. Lo que yo os diga.
Ahí estoy yo. Patético. Soñando con un país imaginario en el que los piratas son piratas de los de parche en el ojo, garfio en vez de mano y una pierna de madera arrancada a una silla, unos zarrapastrosos que moran todos juntos en un barco y cuya único temor es ser devorados por un cocodrilo colosal. Un país en el que el habitante más independiente es un chiquillo repelente y hortera vestido de verde, que vuela gracias a unos polvos mágicos que le proporciona un hada de diez centímetros y cuyo ejército está compuesto por una miserable banda de niños perdidos…¡Alto! ¡Todos parados!¡Viva Honduras!...se me va la pinza…Bueno, continúo con este bucólico relato, que estoy inspirado (ja). Un país en el que las sirenas son unas hermosas y embaucadoras criaturas, un mixto entre mujer y pez de penetrante mirada y misteriosa belleza que te hipnotiza con su melodioso canto. Un país en el que los indios son indios de verdad, de los que cazan su comida y bailan en rededor de una hoguera, conectados con su Manitú particular merced a un colocón glorioso vía pipa de la paz. Un país en el que encontrar vivienda se reduce a ocupar el árbol hueco que más te place, y alimentarse un acto de imaginación. Un país fantástico…
¡Vaya! Por la esquina dobla vociferando un chaval, que los veinte aún no los tiene. Lleva encima una borrachera del ocho y no para de berrear. Blasfema en arameo y se lo hace encima de todas las instituciones privadas, públicas y sagradas que existen en este mundo y en el resto de planetas habitables…Se cae…Se levanta…Se vuelve a caer, esta vez contra un coche…No se mueve…Para habernos matado el trompazo que se ha metido…No, no se ha muerto, ya se incorpora y más mal que bien continúa su camino. Bueno, a lo mío.
¿Por dónde iba yo? ¡Ah, sí¡ Un país de piratas de traje de sastrería (el que los pague), que le han puesto sus parches a los dos ojos de la diosa Temis, Iustitia o como quieras llamarla para que no vea más allá de dónde le dicten y legislen. Piratas que portan el garfio en el bolsillo, siempre atentos para pescar todo lo que en la talega quepa. Piratas electos con el corazón de madera y la cara de piedra que han invadido los barcos del pueblo y que con los cocodrilos se hacen zapatos y bolsos. Piratas que no temen a nada ni a nadie pues se saben intocables. Un fabuloso país en el que, el que se atreve a plantar cara y vuela acaba en la cazuela o enganchado a diez centímetros de polvos mágicos. Un país en el que el habitante más independiente, por lo menos hasta que se le pase el pedal, se ha abierto la cabeza hace un momento contra el capó de un coche. Un país cuyo ejército anda perdido por tierras extrañas, ocupado en la reconquista de la Tierra Santa talibán, dejándose matar por cuatro perras gordas. Un país en el que las sirenas viajan sin médico ni sanitarios para ahorrarse abonar las guardias. Un país en el que los indios andamos haciendo el indio sin descanso, bailándole el agua a los piratas, a sus asesores, a los que les custodian los tesoros, a los que lucen una sangre de otro color por derecho divino y a los que sin oficio conocido encuentran su beneficio en el expolio de lo ajeno. Indios que nos tragamos todo eso y mucho más sin necesidad de fumarnos nada, únicamente por cobardía, complacencia, miedo, instinto, pasividad o complicidad, que de todo hay. Un país de horchateros en el que no podemos pagar una vivienda digna sin prostituir el alma, y en el que alimentarse es un derroche de inventiva e imaginación… Mira por dónde, en lo de la comida y en los zarrapastrosos este fantástico país coincide de lleno con Neverland.
Casi que mejor entro en casa, que empieza a caer la fría noche y mañana toca pelear de nuevo. He empezado soñando y soñando y, como no podía ser de otra manera, me he comido entera, hasta la mismísima campanilla, la puñetera realidad. Como no despertemos, de ésta no nos salva ni Dios. Lo que yo os diga.
jueves, 5 de enero de 2012
El campesino, el burro y el circo.
Es lo primero que escribo este año. En Nochevieja me prometí abstraerme de lo que se avecinaba, apartarme del teclado si lo que me motivara sentarme ante él fuera plasmar lo que la actualidad me ofreciese en forma de leñazo en los riñones. Pero, como coleccionar por fascículos, ponerse a régimen y abandonar vicios insanos, todas son intenciones que se quedan en el contenedor de la esquina. Este veneno que se me mete dentro sólo sé expulsarlo con la palabra.
Veréis. Entre recortes, subidas de impuestos y ajustes por un lado, Undargarín esquiando en los USA por otro, Soraya destapando mentiras zapateristas por doquier (la última, lo del superávit de la Seguridad Social es gorda, muy gorda) y los alemanes meándose encima de nosotros contentos por haber encontrado un país de corderos dispuesto a sacrificarse por la causa del euro, la única neurona que tengo operativa después del pedal del 31 de diciembre se me ha sublevado y me ha sacado de la hibernación.
¿Conocéis el cuento del campesino, su pobre burro y el circo a tres pistas? Os hago memoria. Érase una vez que se era un labriego que, tras muchos años de bonanza agotó sus tierras y se vio hundido en la miseria. Vendido todo lo vendible sólo contaba para obtener rendimientos de su finca con el esfuerzo que le ofrecía el burro que le tiraba del arado, día tras día, sin parar. Venga a trabajar y trabajar, el animal respondía como podía a las exigencias de su amo, algunas de éstas en forma de fusta. Pero el campo ya no producía, estaba muerto, sin vida. Nada de lo sembrado crecía. El labriego, además de no alimentarle, azotaba al jumento como si él, mísero rucio explotado, tuviera la culpa de la hambruna que se abalanzaba sobre el antaño rico y dilapidador labrador. Tal era el estado que alcanzó el asno que la carne abandonó las costillas que dibujaban su cuerpo y sus patas, varillas de paraguas semejaban.
Un buen día llegó al pueblo un circo de lujo, con tres pistas, payasos, magos, trapecistas y un montón de fieras salvajes. Y, claro, los animales en cuestión necesitaban mucha comida para mantenerse lustrosos y seguir ofreciendo su espléndido espectáculo. Entones, nuestro desesperado campesino vio la luz, tocó a su puerta y, agobiado por la falta de pan que llevarse a la boca, vendió el burro para que sirviese de alimento a tantos tigres y leones, todos quieren ser los campeones. Dicho y hecho. Con lo que le dieron tuvo suficiente para comer una buena temporada. Al pollino, sólo huesos y ojos, que le dieran por saco. Había rentado todo y más. Ni sangre tenía ya en las venas.
El símil es sencillo. El campesino es el Gobierno español. El circo, la Unión Europea. Y el burro, pues tú, tu vecino, el de enfrente, Maroto, el de la moto y servidor de ustedes. Ahora bien. Todos los cuentos tienen un final. Y el que nos ocupa terminó tal y como sigue. Transcurridos tres días de la venta del borrico, el propietario del circo llamó al anterior dueño y le pidió que, por favor, se llevara al animal a su casa, que ya no lo quería, que tal era el hambre que traía el viejo garañón que ya se le había comido dos elefantes, tres leones, al tigre blanco, al domador y a la mujer barbuda. La ruina total.
Pues eso. El euro ya tiene mártires, ofrendas para lograr beneficios en pos de la grandeza de la Europa franco-teutona. Borregos para el matadero. Pero ojito, el que avisa no es traidor. Igual llegamos y, con la necesidad que arrastramos, no dejamos molla sobre hueso. Que yo no sé vosotros, pero a mí esto de inmolarme mientras otros se hartan como que no me apetece mucho que digamos.
Veréis. Entre recortes, subidas de impuestos y ajustes por un lado, Undargarín esquiando en los USA por otro, Soraya destapando mentiras zapateristas por doquier (la última, lo del superávit de la Seguridad Social es gorda, muy gorda) y los alemanes meándose encima de nosotros contentos por haber encontrado un país de corderos dispuesto a sacrificarse por la causa del euro, la única neurona que tengo operativa después del pedal del 31 de diciembre se me ha sublevado y me ha sacado de la hibernación.
¿Conocéis el cuento del campesino, su pobre burro y el circo a tres pistas? Os hago memoria. Érase una vez que se era un labriego que, tras muchos años de bonanza agotó sus tierras y se vio hundido en la miseria. Vendido todo lo vendible sólo contaba para obtener rendimientos de su finca con el esfuerzo que le ofrecía el burro que le tiraba del arado, día tras día, sin parar. Venga a trabajar y trabajar, el animal respondía como podía a las exigencias de su amo, algunas de éstas en forma de fusta. Pero el campo ya no producía, estaba muerto, sin vida. Nada de lo sembrado crecía. El labriego, además de no alimentarle, azotaba al jumento como si él, mísero rucio explotado, tuviera la culpa de la hambruna que se abalanzaba sobre el antaño rico y dilapidador labrador. Tal era el estado que alcanzó el asno que la carne abandonó las costillas que dibujaban su cuerpo y sus patas, varillas de paraguas semejaban.
Un buen día llegó al pueblo un circo de lujo, con tres pistas, payasos, magos, trapecistas y un montón de fieras salvajes. Y, claro, los animales en cuestión necesitaban mucha comida para mantenerse lustrosos y seguir ofreciendo su espléndido espectáculo. Entones, nuestro desesperado campesino vio la luz, tocó a su puerta y, agobiado por la falta de pan que llevarse a la boca, vendió el burro para que sirviese de alimento a tantos tigres y leones, todos quieren ser los campeones. Dicho y hecho. Con lo que le dieron tuvo suficiente para comer una buena temporada. Al pollino, sólo huesos y ojos, que le dieran por saco. Había rentado todo y más. Ni sangre tenía ya en las venas.
El símil es sencillo. El campesino es el Gobierno español. El circo, la Unión Europea. Y el burro, pues tú, tu vecino, el de enfrente, Maroto, el de la moto y servidor de ustedes. Ahora bien. Todos los cuentos tienen un final. Y el que nos ocupa terminó tal y como sigue. Transcurridos tres días de la venta del borrico, el propietario del circo llamó al anterior dueño y le pidió que, por favor, se llevara al animal a su casa, que ya no lo quería, que tal era el hambre que traía el viejo garañón que ya se le había comido dos elefantes, tres leones, al tigre blanco, al domador y a la mujer barbuda. La ruina total.
Pues eso. El euro ya tiene mártires, ofrendas para lograr beneficios en pos de la grandeza de la Europa franco-teutona. Borregos para el matadero. Pero ojito, el que avisa no es traidor. Igual llegamos y, con la necesidad que arrastramos, no dejamos molla sobre hueso. Que yo no sé vosotros, pero a mí esto de inmolarme mientras otros se hartan como que no me apetece mucho que digamos.
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