Creo acertar al considerar
que la carta del Rey va dirigida, aparte de a otros colectivos, a aquél
integrado por los que, como yo, son vasallos reglamentarios del reino y miembros
por leva de la mesnada de paganos y
feudatarios que sufren, por imperativo legal, las consecuencias de algo que no
han cocinado. Es por ello que me siento obligado, como destinatario del
mensaje, a contestar, en la medida que
aprecie oportuna, a la misiva real. Respeto su opinión, cómo no, y mi única
intención es corresponder con educación al detalle no navideño de S.M. y aportar
, en calidad de afectado, algún que otro contenido que se ha perdido por el
camino.
Veamos. Cierto es que en
este país, del que el Rey Juan Carlos es el teórico máximo representante, la
coyuntura política y social obliga a los españoles a interiorizar de continuo. En
eso lucimos máster los plebeyos que nos tiramos más horas de las que cuenta el
día pensando cómo introducir lo básico en la casa propia, transformando los céntimos
en billetes de cinco euros. En su carta, el monarca, para muchos el primero de
los españoles, aconseja y se detiene en
dos aspectos que aprecia fundamentales. Uno, claro como el agua clara, es que
para salir de ésta hay que remar, en el mismo sentido, todos a la vez. El otro apela
al sentimiento de pertenecer al mismo país, olvidando los intereses particulares en beneficio de los
generales.
Pues bueno. Interiorizando,
que es gerundio. Y tanto que estamos en un momento decisivo para el futuro de
Europa y de España. Tan decisivo como que, con la hambruna aporreando la
puerta, quizás sea necesario desvincularse de la Unión y arrancar de cero. O de
menos diez, que lo mismo da. Esta Europa nos quiere como esclavos y
consumidores de su mercancía, sólo eso. Y los que nos gobiernan se pliegan al
mandato y optan por la vía del sacrificio maya. Arrancarnos corazón y vísceras para
contentar a los dioses. Eso sí, previa tortura como galeote a ritmo de ariete. Para
esto, que Europa se vaya al carajo, que no vamos a perder más de lo que ya nos
ha sido arrebatado; ese estado de bienestar en ruinas al que el Rey se refiere.
Por otro lado, es evidente
que si actuamos divididos la derrota está garantizada. Pero caminando unidos,
con las directrices actuales, como que también. El malvado está cerca, muy
cerca, puerta con puerta. Por lo tanto el problema no es escudriñar, no.
Escudriña el que no ve claro, el que duda. Yo, como muchos, conozco bien a mis
enemigos, no necesito hurgar para ponerles nombre y apellidos. No son galgos ni
podencos. Son zorros cuidando el gallinero, rapaces de lo ajeno, ineptos
pilotando la nave. Ellos sobran, hay que relegarles del mando, cuando se tercie
someterles a la justicia, si es que existe libre e independiente, y hacerles
pagar la devastación creada. La Casta es la culpable, y la Casta debe correr
con los gastos. A partir de ahí podemos sentarnos a hablar. Hasta entonces,
estamos perdidos, muertos.
En cuanto a la unión y la
concordia, permítame que me ría. Los de antes, los de la Casta, son los que se
han encargado, pero bien, de que en este país, con 17 reinos de taifas, no nos
podamos ni ver. Resultan curiosas circunstancias tales como que le resulte más
caro a un español transportar un camión de pollos de Alicante a, por ejemplo,
Lugo, que un finlandés se traiga una flota de idénticos animales desde su
granja a las afueras de Helsinki hasta Cádiz. Cuestión de legislaciones y
competencias. Cuestión de gilipollez patria.
Ahora, palabras sagradas, “el
trabajo, el esfuerzo, el mérito, la generosidad, el diálogo, el imperativo
ético, el sacrificio de los intereses particulares en aras del interés general
y la renuncia a la verdad en exclusiva.”. Por partes. Trabajo, no hay. Esfuerzo
sí, no queda remedio si se quiere comer. Mérito, ya me contarán. La Casta es
una secta cerrada en la que para entrar lo que menos importan son las
capacidades, la valía, la formación y el espíritu de sacrificio. Méritos
milongueros. La generosidad empieza por uno mismo y no llena el bote. Dialogar es imposible porque
los que deben aplicarse a la faena se niegan por sistema. Mucho dinero en juego
para la Casta. Con los intereses particulares y los generales me parto la caja.
Con mucho respeto, pero me la parto. Y me he dejado para el final de este
capítulo de los Episodios Nacionales lo más divertido. El imperativo ético.
Sólo reflejaré un nombre y que cada uno interprete lo que quiera. Alto, rubio,
ex deportista y yerno. Undargarín. Me lo explique.
Resumiendo, que tenemos
distintos puntos de vista el que para no todos es el primero de los españoles y
el humilde villano que suscribe este artículo. Y puntualizo, sin ánimo de
ofender, el por qué no para todos. Es mi
verdad y no renuncio a ella. Entre esos todos estoy yo y hay que excluirme,
puesto que para mí el primero de los españoles es mi hijo, y la primera de las
españolas mi hija. Cuestión de sangre. De una sangre que no es azul.