lunes, 18 de febrero de 2013

La peineta de Bárcenas


Qué maravilla. Esa peineta majestuosa, ese dedo corazón  horadando el infinito, ese brazo ejecutando un perfecto ángulo recto y al lado, unidos en la inmortalidad, esos mofletes tan bonitos, esa estética obra de la naturaleza. Esa cara de perro estreñido, ese rostro repugnante, esa mirada desafiante de dóberman artítrico, con esos ojitos de bidé revenido y esa boquita de cloaca, qué está para comérselo y vomitarlo. Una fotografía de premio, el retrato del corrupto, de un presunto y presumible ladrón. Un sinvergüenza que se permite el lujo de mandarnos a la mierda, favorecido por una legislación que consiente que disfrute de una libertad que no merece. Luis el cabrón.
Sí, lo reconozco, ya lo he juzgado. Sin tener ni puñetera idea, que igual es un santo varón y el más honrado de los mortales. Y le considero más culpable que Judas. Pero, exactamente, ¿de qué?... Pues, a día de hoy, de lo único que, de momento, tengo claro. De ser un mamón que me ha regalado una peineta. Y, veréis, como yo soy de fácil cabreo y peor respuesta, aprovecho esta tribuna y aplaco con mi suave poesía esas furibundas ganas que me asaltan. Ese sádico apetito por partirle el brazo, arrancárselo de cuajo e introducírselo, con el dedo inhiesto, por donde amargan los pepinos. No, no debo dejarme poseer por esos deseos salvajes de enterrarle hasta las cejas en una letrina de Bombay. Vade retro, Satanás. No lo digas, Tomás, que su madre no tiene la culpa de haber parido semejante engendro, no caigas en el insulto fácil, no seas como él…
O sí. Porque, vamos a ver, si el Bárcenas éste me puede insultar, ¿por qué no puedo yo corresponder cariño con cariño…? Será porque la ley sólo protege al que la viola, al ladrón, al tramposo y al corrupto…Será… Pero como no tengo remedio y me encanta perder los papeles con según qué impresentables (y además voy a dormir más tranquilo), aquí dejo la perla.
A ti te digo, amigo Luis, por si sabes leer. Como dicen los italianos, vaffanculo. Y la próxima vez que, volviendo de esquiar, te dé un calambre en el dedo, pido a Dios que me otorgue la oportunidad de encontrarme a la verita tuya, con una maza en la mano y así, como quien no quiere la cosa, reventártelo convenientemente. Aunque sea sólo un poquito.
¿Me he pasado? No creo. Saludos, paganos.

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