Señor Rosell. Es usted un presunto imbécil. Y no le estoy insultando, pues, créame, no me parece usted digno ni tan siquiera de merecer un insulto. Le estoy definiendo, señor Rosell. Porque es usted un presunto imbécil y los imbéciles no me gustan. Olvídese de descargar su basura en los demás y preocúpese usted, señor Rosell, de crear empleo con esa estupenda reforma laboral que se han cocinado en santa compaña con el Gobierno. Y, ya de paso, métase la parida de los minijobs donde le quepa, si aún tiene sitio en alguna parte de su cuerpo o vestimenta. Y le digo esto último, señor Rosell, porque entre los seis millones de parados de los que usted y los de su cuerda se descojonan, y la pasta que están ustedes ganando con la miseria ajena, no creo que le quede ningún orificio por ocupar, que hasta en el culo tiene usted los billetes.
No regale su sabiduría, señor Rosell. Guárdela para mejores ocasiones y limítese a seguir el ejemplo de sus compañeros de manada; especule, explote y reviente a los trabajadores. Eso sí, mientras tanto, ejerza de jefe de los patronos y no se olvide de llevárselo calentito, a imagen y semejanza de su predecesor y también boca chancla Díaz Ferrán.
No le deseo, señor Rosell, que pase usted penuria ni que sufra algún problema que tenga que ser solucionado por un miserable funcionario. Porque si lo tiene, igual el sanitario deja que se desangre, o el policía no acude mientras unos kosovares le muelen a palos, o el maestro pasa hasta el forro de educar a sus hijos, o ese mierda de administrativo, entretenido haciendo aviones de papel, no le tramita esa documentación vital que usted necesita para sus chanchullos, o el bombero se deja la manguera y le apaga el fuego del chalé a escupitajos, o ese idiota que se dedica a mantener las carreteras para que usted pasee el Audi le pone una curva al revés a ver si se la mete, o…
Se lo digo en serio, señor Rosell. Espero que su vida sea una orgía constante de vino y rosas (de lo primero, córtese un poco antes de hablar, que luego pasa lo que pasa). Ese mi anhelo, que usted siga viviendo como Dios, no le quiero ver en los infiernos a los que usted y los suyos nos han enviado. Tengo un corazón generoso, quizás por mi condición de inútil funcionario que se gana el pan con su trabajo y no con el sacrificio y el esfuerzo de otros. Lo del látigo se lo dejo a gente de su calaña.
Si quiere abrir un debate, le ofrezco uno, señor Rosell: ilústrese, estudie, medite (que pensar es lo que nos diferencia de los animales), sáquese el dedo del trasero y explíquenos a los pobres mortales cómo es posible que, con toda la masa laboral de este país aplastada y humillada, usted y su organización de patanes son incapaces de crear un solo empleo decente.
Señor Rosell. Le repito. Es usted un presunto imbécil. Y le defino imbécil, no lo busque, no se canse, que no es con h y con v. Imbécil es aquél que molesta haciendo y diciendo tonterías. Imbécil es usted. Presunto.
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