domingo, 21 de marzo de 2010

San Cristobal Camps

Ni más ni menos que vuelta y media al mundo se ha echado entre pecho y espalda Francisco Camps. Con sólo 900 euros en la cuenta, y al borde de la miseria, el Labordeta valenciano aprovecha la mínima para partir rumbo a tierras extrañas a predicar el valencianismo y a vender las maravillas de la tierra a aquél que quiera comprarlas. Se supone, y así será, que en cada visita ofrece lo mejor de sus dominios para que inversores capitalistas dejen sus cuartos en la comunidad. Es de imaginar que cambiará de traje, aunque el temor a que le digan algo le obligue a repetir alguno ya estrenado en una boda o comunión.

Está bien eso de conocer mundo y hacer proselitismo; forma parte de sus obligaciones. Lo que se le echa en cara es que, al cumplir con este deber, parece olvidar el resto de los que tiene. La comunidad valenciana está en bancarrota, debe hasta de callar; los centros educativos ni se empiezan ni se terminan, la sanidad está en cuarentena, y las obras públicas carecen de fondos. Alicante y Castellón están sometidos por una política centralista que margina económicamente a las dos; sólo somos aldeas que tributan a la capital del reino.

Pero esto no parece importarle. Desde que el Vaticano suprimió la figura de San Cristóbal como patrón de los viajeros, alguien tiene que ocupar el puesto de aquel gigante cananeo que, por convertirse al cristianismo, sufrió tortura hasta morir decapitado. Don Francisco Camps se postula como posible sucesor; al igual que el santo, ha sido flagelado y martirizado, su figura asada a fuego lento por el caso Gürtell (sin quemarse lo más mínimo) y cosido a flechazos por los socialistas del terreno. Pero que no se le olvide que para alcanzar la santidad, le tienen que cortar la cabeza. ¿O eso ya lo ha previsto?...

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