Lo he intentado pero al
final me han derrotado las circunstancias. No está bien reírse de lo ocurrido
en Borja con la actuación estelar de la octogenaria Cecilia Giménez y la
aplicación del surrealismo a un Ecce Homo pintado en la pared de la parroquia.
Pero no he podido evitarlo, uniéndome al choteo internacional generado. Un
cachondeo animado desde la patria, cómo no, con las manipulaciones del
engendro, poniéndole el rostro de Paquirrín (cualquiera diría que ha posado
para el retrato), el “cuñao”, Falete o el mismo Presidente del Gobierno. No hay
trabajo ni dinero, pero a diversión no nos gana nadie, qué no se diga. Vamos,
resumiendo, un buen rato inicial de entretenimiento que sin embargo, y tras
meditar un poco, en mi mente enferma se ha transformado, sin quererlo ni
desearlo, en una sensación de tristeza mayúscula.
España es así. O, mejor
dicho, España está así. Igual que la pintura mural destrozada. Lleva la tira de
tiempo cayéndose a pedazos, desfigurándose sin remedio su rostro y vestimentas.
Hete aquí que para lavarle la cara, alguien que no sirve para el tema le va
pegando brochazos, por aquí y por allá. Un poco en la túnica, para que recupere
el color, cuatro pinceladas que disimulen el deterioro, y parece que la cosa va
teniendo un pase. Una ingente colección de parches aplicados por gente sin
preparación.
Un buen día, visto que la
descomposición amenaza con provocar la desaparición absoluta, el inepto ejecutante
se atreve a definir expresión y cara. Y allá que se mete, con cuatro
rotuladores y un bote de tempera de los chinos. Como no sabe lo que tiene entre
manos, cada toque de su arte añadido por su mano a la pintura original va
convirtiendo la misma en un garabato informe e irreconocible. El resultado de
tamaña osadía, para echarse a llorar. Lo que en su origen era una imagen, más o
menos decente, es ahora un esperpento innombrable.
Eso es lo que nos ha
ocurrido en este país. Aficionados, gente sin valía ni formación, en lugar de
restaurar en profundidad el Estado, se han dedicado a tapar agujeros de aquella
manera. Cuando España empezaba a derrumbarse, la recuperación de la misma cayó
en manos del más inútil que había, un líder iluminado que esbozó las líneas de
esta estupenda faena de aliño que tan catastróficamente están rematando los que
ahora nos gobiernan.
Tal y como se hacen las
cosas, seguro que los que arreglen el desaguisado, si es que pueden (cosa que
dudo), van a dejar el nuevo Ecce Homo nacional como presumiblemente quedará el
de la pared de la iglesia zaragozana,
con la cara del hijo de la Pantoja. No tendrá ningún parecido con el
original, pero menos dará una piedra. Qué pena.
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