Toca berrear. Hora es ya de sufrir en voz
alta lo que, por la ubicación y, dependiendo del tamaño y del número, se
lloraba antaño en silencio. La inseguridad social ha excluido como fármacos
subvencionados esos que permiten que las amigas que a muchos castigan inmisericordes duelan un poco menos
de lo habitual. Se ve, se nota que los que han elaborado la lista no van
estreñidos, no. Acostumbrados como están a hacérselo encima nuestro con
asiduidad y soltura, el tránsito intestinal les fluye rápido y caudaloso. Ya
sabéis, el marisco, capitán general de su pirámide alimenticia, suelta a base de bien si además va regado con
buenos espumosos. Por otro lado, parir, los de arriba paren con cesárea unos engendros
deformes en forma de decreto y otras lindezas canallas, por lo que no les pide
la naturaleza apretar como para sacarse las tripas. En consecuencia, a éstos,
hemorroides pocas, no necesitan pomadas que calmen su furia asesina. Ergo, ¿para
qué pagar por algo que no les afecta?...
Y es que el mundo está mal
repartido. Mientras están los que se hacen trenzas con ellas, la troupe que
manda ni almorranas tiene. Eso sí. De las que cuelgan. Que de dos patas abundan,
y mucho, en la casta política. Son más dañinas y sólo con una cirugía muy
especial se libra uno de ellas. Para estas almorranas públicas no hay ungüento,
subvencionado o no, que las esconda. Su tipología es rica y la lista es larga. Os
dejo aquí unas cuantas, aunque sea para amenizar la escatológica lectura de hoy.
Para empezar, hay un tumorcillo real por ahí que promete lágrimas de tamaño
familiar, una almorrana de pega, yerno y ex deportista, supuesto desviador
profesional de fondos. Nuestro cinegético monarca no sabe cómo operársela. Y le
pica, le pica mucho.
Otra existe que duele que se
las pela, una que nos depara siempre desazón desde su ministerio, una que ha
afilado el alfanje para devanar las cabezas de los funcionarios, un elemento
que les quita a los policías, los médicos, los profesores y demás calaña de vividores la
extra de Navidad mientras él, honrado
prócer de la patria, cobra 24.000 euros en concepto de alojamiento y dietas, a
pesar de tener casas (en plural) en Madrid. Mala, mala de verdad la almorrana
en cuestión. La peor de todas, se nos ha puesto por montoro, digo, por montera.
Una más. Viene de fuera
aunque con familiaridad nos toca. Prima es y riesgo tiene la alemana. En estas
fechas está de vacaciones, andará cociéndose a schnapps en alguna de sus
colonias, cargando pilas la invasora, preparándose para darnos la puntilla en
otoño, si llegamos. Peligrosa y corrosiva, se ha adueñado de todo. Y nuestro cuerpo
gobernante, cobarde, cobarde y cobarde, se ha rendido a su poder.
Otra. Pequeña, pero molesta,
picajosa, cansina, de las que rasca y rasca hasta que te saca de quicio.
Picardo la llaman, una almorrana llanita, un chulo de burdel provocador que,
con una pizca de seriedad y la misma cantidad de arrestos, nos quitaríamos de
encima de un plumazo, cerrando así un episodio lamentable de nuestros últimos
trescientos años de historia.
Sigo. La de ahora tiene
nombre corto y se hace acompañar de un colega peor aún que ella. Una cueva de
ladrones y especuladores, una caverna en la que, pienso, no debíamos haber entrado jamás
de los jamases. Entre ella, su amigo y las transferencias de Sanidad y Educación,
todo manejado por políticos de medio pelo, inútiles y/o desalmados, se han
comido toda la energía que traíamos de serie. UE la llaman. Y al socio, Banco
Central. Y Europeo.
Y termino con la saga sentenciando,
que me apetece. Toda la casta, absolutamente toda la casta, que no se libra ni
uno, forma un entramado de intestinales llagas que va a acabar con España salvo
que la enfrentemos y la cercenemos. Entonces, libres ya de su presencia, podremos
respirar, sonreír, incluso sentarnos, cosa esta última que a día de hoy es
harto difícil, tal y como nos la están metiendo…
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