El Rey ha pedido disculpas. “Me he equivocado y no volverá a ocurrir”. Como el niño malo al que han pillado perpetrando la trastada, la salida real es digna y obligatoria. Ya que me habéis trincado, no me queda otra que demandaros el perdón. Y en esas estoy, tragando quina y volteando la Historia: un monarca se rebaja ante su pueblo y solicita benevolencia. No se puede pedir más, ¿no?
O quizás sí. Los españoles sabemos perdonar pero no olvidamos. Si S.M. no se hubiera roto la cadera, de la jugada no nos hubiéramos enterado. Pero el destino jugó con el tramposo y le tendió la zancadilla. ¿Cuántas maldades habrán que en el secreto reposan? ¿Cuántas como ésta nos hemos tragado en su nombre y por su nombre?
Don Juan Carlos ha agachado la cabeza y ha reconocido que traicionó su propio mensaje. “Las conductas censurables deben ser sancionadas. Me preocupa enormemente la desconfianza que parece extenderse en algunos sectores de la opinión pública respecto a la credibilidad y prestigio de algunas de nuestras instituciones. Necesitamos rigor, seriedad y ejemplaridad en todos los sentidos. Todos, sobre todo las personas con responsabilidades públicas, tenemos el deber de observar un comportamiento adecuado, un comportamiento ejemplar”.
Aplicando su doctrina, ¿cuál será la sanción que asumirá? Desconfianza, descrédito y desprestigio hay para parar un tren. Y rigor, seriedad y ejemplaridad están depositados por la mano regia en el cubo de la basura. Entonces, ¿cuál sería ahora el comportamiento adecuado, la actitud ejemplar?
La institución que él encabeza está herida de muerte, dañada por éste y por otros motivos de sobras conocidos. Hechos lamentables que, en vez de diluirse, engordan con el tiempo. Los últimos correos en manos ya de la justicia dicen muy poco a favor de su persona y menos aún sobre su entorno. ¿Qué salidas le quedan? Perpetuarse hasta la destrucción o subirse al único bote salvavidas que puede rescatar la eterna fe española en la monarquía. La abdicación.
¿Qué decirle desde el vasallaje constitucional? Que usted sabrá, majestad. El perdón lo tiene, pero tengo la sensación de que con eso sólo no va a bastar. Su penitencia va a ser dura y no creo, y es opinión, que usted posea la fuerza y el valor para cumplirla. Lave su imagen y allane el camino para la sucesión. Se lo dice un plebeyo dispuesto a perdonar pero no a cegar su memoria.
Volviendo al génesis del artículo, tenga a bien considerar que lo acontecido no es una travesura, ni tan siquiera una gamberrada. No es un suceso puntual, es una declaración de actitudes, un error sin retorno.
Los mismos que le aconsejaron que se disculpara no tuvieron la visión de convencerle que no hiciera ese viaje. Desde luego que lo han pasado muy mal estos días pasados , ¿ ya han purgado?
ResponderEliminarNo saben lo que es purgar. Ni lo saben ni quieren saberlo, Andrés. Total, para qué.
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