El que no se organiza es porque
no quiere. La semana tiene siete días, y cada uno de ellos debe estar dedicado a alguna
actividad laboral lúdico festivalera. Y si tú no te lo montas convenientemente,
ya se encargarán de programarte la vida desde el lado oscuro del conocimiento y
la razón. Vamos, que te pongas las pilas, que como no espabiles, ni los
cartujos sufrirían la dura disciplina que amenazadora te será impuesta por los
próceres de la patria.
Aunque, tal y como sopla el
viento, pocas opciones nos quedan para estructurarnos. La semana viene mal
dada. Busquemos a ver qué nos dejan libre los pastores del rebaño. De entrada,
los viernes ocupados, todos de dolores. Con la cruz a cuestas, la corona de
espinas y el cilicio por calzón o braga, a disfrutar carnalmente con las
reformas que vienen y vendrán sin parar, ministeriales pedradas a nuestros
bolsillos. España está mal, muy mal, y las hormigas pringadoras tenemos que
ofrecer la vida en gloria de mayores valores, autonómicos y centrales
despropósitos amasados por la estúpida ineptitud de los gestores públicos.
Otro día. Los lunes, al sol. Si
no tienes curro, al parque, a cebar a las palomas con lo que te encuentres por
el suelo, que cuando estén bien gordas para unos gazpachos sirven. Eso sí,
siempre y cuando donde vivas exista un parque en el que sentarse que no sea un
perdidos en la tribu entre vidrios rotos, jeringas y gomas usadas. En el caso
de que no, un consejo. Sillita y a la plaza del Ayuntamiento, majestuoso
espacio público donde dejar morir el tiempo controlando la dedicación exclusiva de
nuestros ilustres ediles. Se matan a trabajar.
Sigo. Los jueves, milagro. Tres
Ave María y un Credo en arameo. Sumas y restas, tienes una, se te llevan dos
que no te devuelven, directa o indirectamente, divides entre las bocas que hay
en casa y como no te toque la primitiva, a aplicarte en el método adhesivo de
adelgazamiento, efectivo sistema en el que, a fuerza de no engullir nada, las
paredes del estómago se pegan de tal forma que el ombligo parece una hernia discal.
De los domingos, ni te cuento. Dispersión
social. Unos, de cañas. Para cuatro euros que tengo, me los pulo en fiestas y
que me embarguen el piso, total, qué más da. Otros, de litrona en casa antes de
que corten la luz (nuevo artículo de lujo en esta España maravillosa), viendo
las motos o al Alonso teledirigiendo el cuatro latas. Los afortunados, pádel y
aperitivo en el club, que aunque tú estés en la puñetera miseria, los hay que
tienen los billetes de quinientos por castigo. También será día de menesteres
sindicales, manifestaciones varias y palmas, palmitas para el incompetente de
Rubalcaba(a las pruebas me remito) y para los dos de Yellowstone, el Dúo Estático,
Simón y Garrafón, Timón y Pumba o como quieras llamarlos, que ambos invitan a
desplegar la imaginación. Dos resucitados a la orden de uno de los autores del
desastre. El Trío la legaña, el que ha hundido media España.
De momento están aún disponibles
martes, miércoles y sábados. Pero la cosa se pone chunga. Sin Champions ni nada
de nada, y la liga a punto de terminar, pues como que el vacío ha ocupado ese
sitio que el alma del desgraciado dedica a huir de la realidad y a aborregarse
mirando como unos cuantos se forran corriendo en calzones detrás de un balón. Dame fútbol y dime tonto. Menos mal
que hay Eurocopa. Y después, Olimpiadas. Y después, otra vez la liga. ¡Qué
contento estoy!, diría Macario.
Concluyendo. Que me falta un día
para ciscarme en todo. Ergo, habrá que añadir uno más a la semana y llamarle
Campanero, como al toro enamorado de la luna que abandonaba por las noches la
manada para tirarle los tejos a algo imposible de alcanzar. Que así estamos
aquí. Cornudos y apaleados. Digo.
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