Por la edad que tengo y porque era lo que había, de más pequeño, que
aún no me he hecho mayor, me gustaba coger las tijeras y jugar con los
recortables. Había láminas de todo tipo a las que meter mano, desde indios y
vaqueros hasta muñecas que sufrían posiblemente una mixomatosis terminal. Todo
un mundo de papel en el que entretener muchas horas. Y eso que la faena, para
un manazas como yo, no era sencilla, qué va. Se te descontrolaba el pulso y
decapitabas al soldado antes de que entrara en batalla. Pero no importaba; recortar
era una diversión sólo comparable con las videoconsolas.
Como herramienta principal, las tijeras. De plástico o metálicas, las
mismas que usabas en casa para las uñas de los pies, lo mismo daba con tal de
que cortaran. Agarrabas el instrumento de matar y allí que te aplicabas,
concentrando tu acierto en el pedazo de lengua que te asomaba por los labios.
Cuanta más sinhueso afloraba, más experto parecías. Una vez armado, a lo más
fácil, la cabeza, por el tamaño. Después, extremidades superiores, tronco,
piernas y, por último, los pies y los soportes. En éstos te afanabas a fondo,
pues la gracia estaba en que lo recortado se mantuviera erguido. Si te pasabas,
aquello no servía para nada.
Hoy, con la miseria globalizada y la casta política al frente del
rebaño, el mundo ha cambiado y con los recortables ya no juegan niñas y niños.
Ahora son presidentas y presidentes, ministras y ministros, comisarias y
comisarios de la Europa Descompuesta y Desunida, y demás gente de bien vivir
que nos hace mal vivir, los que se entretienen con el tema. Empuñan sus
tenacillas, a las que llaman reformas, decretos y/o leyes, seleccionan los
millones de figuras que componen la tropa y se lanzan. Pero son muy zorras y
zorros ellas y ellos, a la par que exhiben una torpeza mayúscula. Me explico.
Han invertido la metodología, comienzan por debajo, por las pestañas
que mantienen la figura en pie. Una vez que el indio de turno o la niña en ropa
interior no se pueden sostener, empieza el despiece. Con el recortable
manipulado a placer, las tijeras se transforman en cutter, y cortan hasta la
rodilla. Y si con eso no hay suficiente, de cintura para arriba para seguir
jugueteando, y el resto a la basura. Y si llega el momento y todavía toca
insistir en la sangría, el cutter es guillotina y salvan únicamente la cabeza.
La suya. Porque la nuestra ya habrá desaparecido en la trituradora mucho, pero
que mucho antes.
Resumiendo, que me enrollo demasiado. La astucia de raposas de la
casta política radica en que jamás menguan su cuota económica y de poder. Al
contrario, son una pandemia incontrolable y descontrolada, muchos secando la
teta pública. Sueldos injustificables para cargos y ocupaciones injustificadas.
Ahí no aparecen las tijeras, no. Por otro lado, su lamentable torpeza es que no
deben, no quieren darse cuenta de que recortando de abajo, lo de arriba no se
mantiene. Eso sí, tengo la sensación, o la seguridad, de que, mientras ellos no
caigan, les importa un huevo (ya está, ya se me ha escapado…no tengo remedio).
Así nos va.
¿:)?...
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