Con trece o catorce años acompañé a un amigo, que a su vez acompañaba a su hermano, a una pegada de carteles. La cosa prometía, uno se sentía mayor, casi un adulto. Era el comienzo de los 80 y todo rezumaba política, debate y controversia. Recuerdo aquella noche minuto a minuto. Llegamos al sitio de encuentro los tres con los cubos, el engrudo, la escoba y una ilusión de narices. Ya había un grupo de gente, ocho democráticos muchachos, metidos en faena, cartel en mano y pega que te pega. “Serán los nuestros”, pensé. Y para allí que nos dirigimos. Me cago en mi vida, como diría aquél. Nada más decir buenas noches nos cayó encima una pasada de palos de campeonato mundial. Mi amigo y su hermano, tirados en el suelo hechos un ovillo mientras cinco animales les cosían a patadas. Los restantes se entretenían con mi cara, como en una película de las del Bud Spencer y Terence Hill, sopapo por aquí, sopapo por allá. Cuando se aburrieron de golpearnos, con los tres en el suelo, continuaron con su fiesta. Uno, el más bruto de ellos, cogió un cubo lleno de mezcla y nos homenajeó con un pegajoso baño a la par que los demás se descojonaban convenientemente mientras nos escupían (mira que es difícil reírse y esputar a la vez, pero juro que así lo hacían aquellos hijos de mil padres). Ya terminado el aliño, nos limpiaron las doscientas y pico pesetas que llevábamos, el tabaco y los mecheros (así no tenían que ponerlo todo ellos) y se perdieron entre las calles.
Cada convocatoria de elecciones, cada inicio de campaña me trae a la memoria aquel formidable momento en el que saboreé la dulzura de la democracia. Una semana sin poder moverme fue el precio que pagué por mi participación en una pegada de carteles. Un hermoso episodio de mi vida que no olvidaré jamás. Aquello sí que era participar en libertad, y no lo de ahora, tanto internet y tanta tontería…
Bien. Hablando en serio. Nos dieron una soberana paliza ocho elementos que ni nos conocían y a los que, por suerte para ellos (o para mí, que sabían atizar) no me he vuelto a tropezar por la calle. Así que, si alguno lee esto, que haga el favor de ponerse en contacto conmigo, que quiero agradecerle el detallazo, además de preguntarle por qué carajo nos dieron hasta en el carné de identidad. Porque lo más grande de todo es que nosotros no llevábamos ni carteles, ni pegatinas ni distintivo alguno que les pudiera indicar cuál era nuestro partido político, y hablar, ni mú nos dejaron decir. Sería que ya que estaban de pegada, pues eso, a pegarle a tres chavales, que divierte más. Lo dicho, ardo de ganas de darles las gracias.
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