Son muchas las voces dentro del socialismo que manifiestan su preferencia por inmolarse, por aceptar la derrota y quemarse, para después resurgir entre las cenizas como un ave fénix y volver a recuperar la esencia. Yo no sé si esta resurrección sería en forma de pájaro majestuoso y espléndido o bien saldría un miserable pollo asado. Lo que sí que tengo más que claro es que el PSOE no merece el final al que le aboca irremediablemente José Luis Rodríguez Zapatero y una parte importante de sus cómplices. El camino que lleva la actual ejecutiva socialista tiene su meta en la destrucción absoluta del partido, y con ella la muerte de sus ideas. Un abismo, un punto sin retorno buscado a conciencia, minando acto tras acto y decisión tras decisión bases y fundamentos.
En política habría que saber detenerse, reflexionar en justicia y dar un paso hacia atrás cuando los que sustentan a los políticos con sus votos así lo demandasen. Pero si estos últimos se empecinan en el desastre, olvidan vergüenza y dignidad y se aferran al puesto, obviando el clamor que exige su marcha, el final es, pues así debe ser, demoledor y apocalíptico. Zapatero lleva prendido a su cuerpo un cinturón de explosivos que va detonando poco a poco, y de cuya onda expansiva no escapa nadie. Es un suicida que no quier morir solo.
Aquí no se habla de comportamientos éticos o morales, ni tan siquiera de la lógica más elemental. Se está tratando de apelar al sentido común, se solicita que suelten las tenazas aquéllos que las sostienen y que permitan a los españoles acceder a una oportunidad distinta para la recuperación, está por ver si mejor o peor, pero distinta.
Espero y deseo, por su bien y por el de todos, que el propio partido destierre de sus filas a los que, sin pudor, están arrasando el país. Por ellos y por nosotros. España necesita un socialismo de verdad, de igual manera que también una derecha fuerte, pues es la única manera de encontrar el equilibrio. Y lo que ofrecen los actuales dirigentes del PSOE es una invitación al propio funeral.
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