¿Existe ya una incipiente revolución social en los países desarrollados? ¿Hay movimientos populares que no adquieren la trascendencia pública que realmente les corresponde? Y si es así, si no sabemos lo que ocurre, ¿quién tiene la culpa de esta opacidad? El poder es controlador y manipulador, dirige la opinión hacia donde le conviene, manejando la información por el camino que más interesa a su negocio. La sumisión de los medios informativos a los agentes políticos y financieros dominantes es obvia. La comunicación libre de los sucesos no conviene, es imperativo para el despótico supervisor domeñarla para subyugar de esta forma la voluntad de los gobernados.
Nos llega lo que quieren que nos llegue, todo viene masticado por fauces pétreas que trituran lo desdeñable a su provecho, haciendo añicos la realidad de las cosas. Los de arriba, sentados sobre la mentira política y la especulación económica, temen que los pueblos reconquisten la soberanía que les pertenece y no ejercen, ya que ellos se la arrebataron hace tiempo usando las armas que el sistema entrega siempre al que ostenta el mando. Y para evitar que los pequeños temblores se tornen en un violento seísmo, recurren a oscurecer y ocultar la veracidad de los sucesos interviniendo directamente en el mensaje, construyéndolo al propio antojo.
El equilibrio institucional es imprescindible para el rico y el poderoso. La siembra descontrolada de dudas sobre la recuperación económica de un Estado supondría la mengua inmediata de sus beneficios y el debilitamiento de su posición. Si las naciones fueran ciertamente conscientes de que quienes gobiernan sus vidas son los mismos que les condujeron con premeditación a la crisis, y actuasen influenciadas en el instinto primario de sobrevivir, los que mueven los hilos perderían privilegios, bienes y libertad, y pagarían justamente por el incuantificable daño ocasionado. Pero eso los rectores públicos no lo pueden permitir, la democracia malparida que protege e, incluso, legisla este inhumano comportamiento se desmoronaría, dando paso a un sistema desconocido, a una regeneración social y económica que les apartaría, juzgaría y, sin dudarlo, les condenaría. Y ahí es donde entra en juego la comunicación sesgada, la emisión guiada de los hechos, la información adulterada y el escrito espurio.
Éste es su miedo, África es la amenaza al poder, el contagio hacia occidente es real, pueden los pueblos soberanos retomar el control y pedir explicaciones, exigir responsabilidades y ajustar las cuentas. Para que ello se produzca se tienen que dar a conocer los movimientos populares de Inglaterra y Alemania o el creciente descontento en los Estados Unidos, hay que seguir con detalle la lucha de Islandia contra el usurpador y el ladrón y aprender de su valor, hay que desenmascarar a los incapaces y a los corruptos. Los medios tienen que limitarse a observar y dibujar la vida tal y como es, con independencia y valentía, sin adornarla al dictamen externo. Aunque no sea políticamente correcto ni económicamente rentable. Ahora, más que nunca, es necesario saber la verdad, es la libertad lo que está en juego.
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