Y ése es puñalada trapera. Gema Amor se ha equivocado, por lo menos en las formas, ya que el fondo es perfectamente asumible por cualquiera. Cuando uno no está a gusto, lo mejor es marcharse, guardando clase y cualidades. Pero la nueva candidata del CDL ha tirado por el camino más perverso. El pulso echado con Pérez Fenoll, brazo armado de Camps para la conquista de la provincia, lo ha perdido, y en vez de retirarse con nobleza y defender la plaza, ha optado por abandonarla, no sin antes intentar herirla de gravedad, mermando así las fuerzas del que ha sido su partido y debilitando la posición de su, hasta el lunes por la noche, jefe, Joaquín Ripoll.
En la política parece que todo comportamiento es tolerable, que con la impunidad de la posición se protegen traiciones, sucias felonías, que el juego sucio es la actitud más beneficiosa para el que participa en las luchas por el poder. Los individuos que hacen de esta práctica oscura su proceder se definen a sí mismo, se califican y enseñan a quien quiera ver su vergüenza y su miseria. Estos miembros de la casta política no son de fiar, ya han demostrado que cuando el aire no sopla a su gusto, rompen el equilibrio y en la espantada arrasan con lo que pueden.
Es cierto que el PP rebaja sus expectativas con esta alevosa infidelidad, con la vil conjura estudiada y planeada por Gema Amor y los suyos. En cinco minutos pretendían entregar Benidorm en bandeja al tránsfuga Agustín Navarro, que desde su usurpada posición se reía, se descojonaba observando cómo su negocio se podría consolidar merced a la división ajena; el peor alcalde de la historia prolongaría su mandato sin pegar un tiro. Una jugada rastrera que dice poco y malo de Amor, obsesionada sólo con la poltrona y el bastón de mando, y que anuncia posibles pactos futuros. De ley es desearle suerte, la que se merece, ninguna. Los interesados, los desleales, los hipócritas, los traidores sobran en la sociedad y no deben pertenecer a los que la dirigen.
La pelea para los populares de Benidorm continúa. Es el pueblo soberano el que tiene que dictaminar en quién se puede confiar, y lo tiene fácil; basta con oler el perfume que desprenden algunos. Las urnas son sabias y pondrán en su sitio a Pérez Fenoll, a Agustín Navarro y a Gema Amor. A uno de los tres le darán el control, y a los otros dos les dirán en la cara lo que piensan de ellos, que cada vez les conocen más. Esta es la grandeza de la democracia, que permite elegir, y mandar a hacer puñetas a los elementos sobrantes.
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