Tengo un hijo de cinco años que vive por y para el fútbol. Se levanta con la pelota, en el colegio está siempre dando patadas a una, en casa no para, que hasta al cuarto de baño se lleva su compañía e, incluso, en ocasiones comparten cama y sueño. En la televisión sólo hay fútbol y fútbol, es una obsesión. Creo, y no me equivoco mucho, que ha aprendido a contar y a leer bien con las colecciones de cromos, se conoce a todos los jugadores de primera división, observa sus movimientos en los partidos y aprende, sí, aprende de lo que ve. Fútbol, fútbol y fútbol. Y tiene muy claro cuáles son sus colores, el blanquiazul del Hércules, el blanco del Madrid y el rojo de la selección. Este es Tomasete, un niño maravilloso que enamora con su sonrisa, que te captura en su mirada, un regalo inmenso con el que la vida me ha obsequiado, un competidor nato que no sucumbe ante las derrotas y que tiene un corazón más grande aún que su pasión por esto del balón.
Lleva unos días nervioso, preocupado. Le veo inquieto, de aquí para allá. Le pregunto qué le pasa, y me dice, sorprendido por mi ignorancia, si es que no me había enterado de que Madrid y Barcelona iban a jugarse la liga, la copa y la Champion entre ellos. “Pues claro que lo sé, hijo, pero no me quita el sueño, ando más ocupado en otras cosas. Además, me trae sin cuidado. Soy herculano, y con eso ya tengo bastante.”
¡Qué le has dicho! “¿Cómo que no te importa que Cristiano le gane a Messi? ¿Cómo que no te importa que el Madrid le pegue una paliza al Barcelona? Madrid campeón, BarÇa cagón”
No sé bien de dónde me ha salido tan merengón el chiquillo, su madre que a veces parece una Ultra Sur tendrá mucho que ver. Yo insisto en que no se deje influenciar por nadie, que juegue y disfrute, que los colores en el fútbol no son tan importantes como para que uno se haga mala sangre, y que para cabrearse por estas tonterías ya están los adultos. Pero me dice que no, que él es como Ronaldo y no se rinde jamás. Entonces, para picarle, le preguntó por Messi, le digo que éste es mejor jugador y él me mira, me sonríe, se ríe y me toma por loco. Le ataco otra vez y le comento lo educado que es el argentino por un lado y lo chulo que es el portugués por el otro. Ahí es cuando el se cachondea aún más y me contesta que el madridista es un ganador, y que él quiere ser también un ganador. Que sí, que el pequeñajo será muy bueno, pero que le gusta más Cristiano, su fuerza, lo rápido que es, lo bien que regatea y lo fuerte que golpea el balón. Y así, erre que erre.
Tras un rato de conversación me he dado cuenta de que estoy discutiendo de fútbol con mi hijo de cinco años, un ser sorprendente, un niño increíble y muy listo que ya tiene claro qué quiere ser, un triunfador, y al que no le quitas los botones. Sabe más que yo, ve algo que yo no soy capaz. Y hasta me asusta su espíritu competidor, ya que es casi un bebé. Con esas ganas, con esa energía que derrocha, con esa tremenda personalidad quizás logre alcanzar sus metas. Mucha lucha le queda, pero le sobran valentía y coraje. Doy gracias de tenerlo a mi lado, de que sea el aire que respiro.
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