Miraba, miraba y miraba, pero ni Lenin ni Stalin estaban. En la manifestación celebrada en Alicante para protestar sobre la reforma de la Constitución pactada por PP y PSOE, me sorprendió y mucho contemplar el dulce ondear de la democrática bandera de la URSS. Lo digo más que nada porque si para pedir que a uno le dejen votar sí o no en un referéndum hay que posicionarse debajo de la vergonzosa rojez del totalitarismo comunista, prefiero el camino adoptado por los grandes partidos. No me van las dictaduras y menos la apología legal de las mismas. Y como cada uno se arrima a donde le place y nace, esa colorada compañía, recordatorio oscuro de la opresión soviética, no me gusta a mi lado.
Y, ya puestos a rajar del todo, tampoco es de mi agrado que los sindicatos durmientes se erijan ahora en maestros de la conciencia y, después de traicionar durante años a destajo a los trabajadores, se presenten como garantes y guardianes de la libertad y la democracia. Y que conste que no lo digo por algunos sindicalistas que vi y escuché, que los había buenos y malos. Son sus jefes, el cándido señor Méndez y su fiel valido Fernández Toxo, los que me provocan las náuseas. Felones servidores del torpe gobernante que han dejado a los españoles a los pies de los caballos. Ni vergüenza ni perdón.
Una vez dicho lo dicho, ahora me toca expresar mi deseo de votar esa reforma. Primero, porque sería todo un detalle que nos permitieran decidir, que nos consintieran disfrutar de lo poco que nos queda de soberanía, antes de que los mercados la absorban. Segundo, porque ya que tenemos que sufrir las consecuencias, la opción de acertar o equivocarnos nos pertenece, que ya está bien de que los amos del negocio cierren las puertas a una participación real en los asuntos públicos y el resto tengamos que apechugar con la habitual catarata de torpezas. Y tercero, simplemente porque sí, porque me apetece, porque me lo paso de coña cada vez que acudo a un colegio electoral.
Ahora bien, con los del principio, con los pro-soviéticos y con los acomodados líderes de la UGT y CCOO, ni a la vuelta de la esquina. Si para ser libre se necesita la hoz y el martillo, apaga el cirio, cierra la tapa y deja al muerto donde está, que de ahí no se mueve. Por cierto, en Alicante ni una bandera española de las constitucionales he visto (republicanas, unas cuantas). Y en el resto del país, pues me imagino que tres cuartos de lo mismo. Debo ser un bicho raro ya que me gusta mi bandera, estoy orgulloso de ella, pero pienso que igual, si me da por exhibirla en una manifestación de éstas, aunque esté de acuerdo en el fondo de la reivindicación, me majan a palos.
Así nos va, lo bien que nos llevamos y lo que nos respetamos. De lujo, sí señor.
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