Tengo la cabeza como una puñetera máquina registradora de las antiguas, de esas que pesaban un quintal y que funcionaban con una manivela. Entre que el IBEX se desploma, la deuda española repunta de nuevo, el FMI anuncia una inminente recesión, los bancos nacionales necesitan refinanciarse,… ¡Bufffff!
En el fondo, y perdón por la expresión, todo eso me importa un carajo. Estoy de acuerdo en que, como todo está unido y la miseria se ha globalizado también, una cosa lleva a la otra, y la otra a la de más allá, y la de más allá a donde ni te cuento, encontrando su final en la economía doméstica. El 20 N ya colaboraré con mi voto en la busca de El Dorado. Pero ahora lo que me hace sumar y restar día y noche es el maldito septiembre.
A toda la ruina con la que uno pelea todos los meses, en éste glorioso mes hay que añadir el aporte que los españoles con niños menores de edad realizamos al sector editorial del país pagando los libros de texto de los chiquillos a precio de oro. El atraco merece un estudio profundo y detallado, pero hoy no tengo las neuronas en condiciones. Prometo más adelante dedicarle el tiempo necesario para averiguar el entramado del negocio. Por mucho bono escolar, que es una coña marinera (aquéllos que lo tengan, que no todos disfrutan de la ayuda), los que controlan el mercado aplican el lema de que como te paga la administración cien eurillos, pues en vez de que te salga más barato, te va a costar el material escolar y los libros lo de siempre y un pico más, pardillo, porque sí, que ya inflamos los precios lo que nos da la gana. Paga y calla, que nadie te obligó a tener descendencia. No sé yo dónde está el derecho fundamental de la enseñanza gratuita, que no lo veo por ningún lado.
Así que, pataleta aparte por el sablazo, ya que PP y PSOE reforman la Constitución por el techo de gasto público, podrían también modificar el artículo 27.4 de la misma y donde dice que “La enseñanza básica es obligatoria y gratuita”, modificar el texto complementándolo con un “según se mire y quién lo mire”, que a mí me cuesta un huevo que mis dos hijos vayan al colegio. Este cambio vendría motivado por dos razones, fundamentalmente. Una, conseguir el que el déficit familiar vaya en consonancia con el público y que sea cero patatero. Y la otra, más que nada, para que no suene a cachondeo el artículo en cuestión, que no está bien reírse de la Ley de leyes. Sugiero.
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