Nos quieren obligar a vivir en un estado de permanente hartura, de continuo asco, cabreo y hastío. La mentira y el engaño están instalados en los quehaceres diarios de nuestros políticos. Si condimentamos esta salsa con la manipulación grosera de nuestra voluntad y le añadimos una pizca de falsa perspectiva de mejora económica, ya tenemos listo el banquete. A los recortes sociales y reformas laborales de un gobierno de paja a las órdenes de la Unión, hay que sumarle la ineptitud y el ejercicio corsario de muchos representantes autonómicos: todos actúan en un solo sentido, el propio, olvidando quién les otorgó el poder. Traicionan, pues, todos los principios democráticos que deberían regir el correcto funcionamiento de lo que queda de nuestra estructura social.
Parménides decía que la política era el arte del engaño y la mentira. Nuestros gobernantes haciendo gala de su formación clásica se toman al pie de la letra esta consideración, porque verdades, ni una. Lo que ocurre es que les coges el renuncio enseguida y al verse sorprendidos, niegan la mayor y camuflan la verdad adornándola para los necios. Intentan convencerte de su servidumbre hacia ti, cuando los que se sirven son ellos. Te adormecen con fábulas fantásticas y visten de libertad lo que no es más que orden controlado por sus apetitos.
No confío en aquellos que se hacen llamar políticos. No confío, y sin embargo debo fiar mi suerte y el destino de los míos a malos profesionales que perdieron sus convicciones sin caer en la cuenta que nunca las podrían recuperar. Von Bismark definió la política no como ciencia, sino como arte. Marx (Groucho, que no Karl) completó su significado al especificar que es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados. Hombre sabio.
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