lunes, 7 de junio de 2010

El ocaso de dos dioses

Uno a uno o en tropel, pero se caen de maduros. Al final el peso de la sospecha es mayor que la gravidez de la inocencia, máxime cuando no se trata de un solo temor, no. Si son varios los lastres que la justicia cuelga sobre el acusado, a éste le faltan manos para desembarazarse de ellos. Llega un punto en el que no puede, en el que las conjeturas sobre la honorabilidad personal y sobre la limpieza de las cuentas propias podrían integrar un capítulo entero del Corán.

Diestros de plaza chica han demostrado ser los dos, cada uno en su estilo: uno más valiente que otro, con más desparpajo, con más arrojo. Con más cara, en resumen. El otro, escondido tras el burladero, se ha enfrentado con el toro cuando no ha tenido más remedio. Eso sí, con la sonrisa de oreja a oreja y en un estado de felicidad rayano con el éxtasis por ingestión de barbitúricos. Carlos Fabra y Francisco Camps. Dignos protagonistas para una de Scorsese

La fortuna, tan amable y cariñosas con Carlos Fabra en los últimos años, se ha tomado un respiro en su relación con el presidente de la Diputación de Castellón; agotada de premiar y premiar, se ha recluido en el Olimpo y ha optado por dejar al sempiterno agraciado a la merced de la justicia. Miedo da el hombre: agazapado tras sus gafas oscuras es difícil adivinar lo que piensa. Juega con este misterio y su imagen está más cerca de Capone que de Eliot Ness. No tengo duda de que sabrá defenderse, de que utilizará todas las armas que pueda extraerle a la ley para llevársela a la cama. Habrá que esperar que a ésta no le domine la promiscuidad, más bien la cordura.

De Francisco Camps, poco nuevo se puede decir: es, por definición y méritos, el hombre feliz, el gran chamán de la política valenciana, empeñado en perpetuarse, en ser el nuevo conquistador de la tierra para la causa sagrada. Alguien de su entorno debería decirle que se la va a meter, que de ésta no sale con todos los dientes. Digno y limpio llegó al cargo pero insiste en marcharse cubierto de desperdicios. No es un bonito final.

Al uno y al otro les van a escarbar en el fondo de los cajones en busca y captura de pelusas doradas. Por su bien, por nuestro bien, sería muy recomendable que abandonasen las instituciones que actualmente representan, no fuera que unas manos sucias emponzoñaran todo el organismo. Deberían de tener meridianamente claro que ellos no son Diputación y Generalidad: son contratados laborales. Sólo eso, y nada más.

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