Empiezo a asustarme de verdad al imaginar España atrapada por un corralito como el de Argentina en 2001. Dicen los economistas que si los bancos no pueden con su deuda, máximo en cuatro meses el sistema pegará un pepinazo de órdago y el Estado no tendrá más remedio que declarar la suspensión de pagos. Aquellos que aún conserven dinero en sus cuentas se apresurarán a sacarlo y se encontrarán con la puerta en las narices.
Por si las moscas, desde Europa han previsto un plan de rescate. Suena como si estuviésemos en el fondo de un pozo, sin poder agarrarnos a sus lisas paredes, y agotados ya de tanto luchar por no hundirnos. Cuando exhalemos los últimos suspiros, aparecerá el fondo de cohesión para poner comida sobre la mesa. Tan mal se han administrado los fondos, con tanta ineptitud, que nos han dicho basta. Si queremos su ayuda, o hacemos lo que nos digan, y lo hacemos bien, o adiós muy buenas.
No sé cómo expresarme guardando las formas y la educación. Elegir las palabras adecuadas y adornarlas para que no ofendan a la razón y al buen gusto sin perder un ápice de su significado, es harto complicado. No me apetece calentarme la cabeza para ser franco y correcto a la vez. ¿Por qué he de guardar un respeto que a mí se me niega por decreto? ¿Por qué tengo que mantenerme en mi sitio mientras contemplo cómo acaban con todo?
Sin personalizar: cualquier nombre vale, pues son todos la misma inmundicia. Políticos basura, desperdicios de la humanidad, parásitos millonarios vagos y ladrones. Todos hermanos de sangre, el mismo olor y la misma genética. Hampones de chaqueta, corbata, coche oficial y dietas. Vosotros que sois los responsables del estropicio seguís cobrando, y muy bien, de lo que me robáis todos los días. No me gusta ser además de cornudo, apaleado. Me estoy quedando sin paciencia
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