La crisis no es sólo de índole económico: valores, principios, ideas y comportamientos han entrado también en barrena. Puede ser que esta pérdida de conceptos haya venido provocada por la situación laboral y financiera: la escasa estabilidad, la disminución de ingresos y el aumento del endeudamiento personal y familiar generan el temor y la desconfianza necesarios para destruir los fundamentos más firmes. Si tienes recursos, los guardas por no perderlos, tu dinero no circula y contribuye al estancamiento. Si no tienes, la ecuación es clara: lo buscas en blanco o en negro, pues el instinto te guía hacia la supervivencia. Desaparece la solidaridad, donde antes había unión ahora reina la autonomía. Es la ley de la selva: ganará el más fuerte y el que mejor y más cantidad sepa esconder.
Pero también es factible que nos encontremos comandando esta nave junto a la ruina como consecuencia de nuestra simbiosis total con el sistema. Sumergidos en un consumismo voraz, asociados a un capitalismo extremo, hemos descuidado nuestro entorno ético e ideológico para entregarnos a la competencia material. Con el beneplácito social e incentivados legal y moralmente por directrices económicas y políticas al servicio de los grandes intereses financieros, nos hemos visto arrastrados a un compromiso inquebrantable con el capital, haciendo propio el apetito insaciable del mismo. Las creencias, las convicciones pasan a planos secundarios al priorizar nuestras exigencias. Hemos antepuesto el bienestar que se nos ha vendido a la formación espiritual y filosófica. Valoramos más la cantidad que la calidad en la competencia, enterrando sentimientos e ideales, sustituyéndolos por cámaras digitales, televisiones de plasma y viajes a Eurodisney.
La salida, la huida de esta coyuntura requiere cambios muy profundos. La regeneración en la vida política es indispensable e imperativa: las instituciones democráticas precisan con urgencia de una reestructuración que las fortalezca ante futuros ataques. Los rectores políticos y sociales actuales deben ser apartados democráticamente si el abandono no es voluntario, dando paso a nuevos gestores limpios de vicios y hábitos, a profesionales preparados y valientes con mayores aptitudes para el servicio a la sociedad. El modelo económico debe ser modificado y adaptado a la nueva situación, dotándole de capacidad de reacción. Se debe proteger más la economía familiar, no favorecer siempre a los grandes capitales y a la banca: la vida de un Estado depende de la unidad familiar, de la fe de los ciudadanos.
Y. lo que para mí es lo más importante, la conciencia de todos debe establecer un nuevo y fresco cambio de valores. Tenemos que eliminar el afán consumista, dejar de ser depredadores de lo absurdo e innecesario, y fomentar lo que nos ayude a funcionar unidos manteniendo siempre la libertad y la independencia.
Todo lo expuesto son sensaciones que se acercan a una filosofía de barra de bar, barata y sin base, siempre y cuando no aparezca rotundo y con fuerza el pleno empleo. Entonces, y sólo entonces, quizás lo expresado adquiera sentido.
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