Independientemente del resultado de las actuaciones judiciales dirigidas contra él, sea sometido a juicio o no, Baltasar Garzón ha dado un paso de gigante en su trayectoria personal. Su figura se muestra como nexo de unión de una izquierda española desengañada y hastiada hasta el extremo por el gobierno socialista de Zapatero. En un punto de la historia en el que se están descarnando carencias e ineptitudes, en el que el liderato necesario se ha debilitado por la inoperancia del presidente, surge un hombre capaz de reunir en su persona las inquietudes ideológicas, las tendencias progresistas y ciertos afanes revanchistas de una gran parte de la población española.
El juez está en el lugar adecuado en el instante oportuno; bien aconsejado, lo veremos aparecer como estandarte futuro de la mitad de España. Dentro de las filas del PSOE deben de tener muy claro a estas alturas quién será, salvo intrigas interinas de difícil digestión, el sucesor del hombre del talante sin talento. Quizás es por eso que no existe un pronunciamiento claro y oficial por parte del partido en el gobierno respecto al tema. Llega alguien de fuera a levantarle el sitio a alguno que ya estaba sacando lustre a la placa, y eso no es plato gustoso.
También parece haberse dado cuenta Mariano Rajoy. Sabe que tendrá que bregar en batallas electorales con Garzón, y aprieta con fuerza. Ha elegido posicionarse al frente de la otra mitad del país, aprovechar el follón para fortalecer su débil imagen. Quiere, y es probable que consiga, aunar a la derecha bajo su bastón de mando.
Pero la que sufre es la justicia, como institución y como concepto. Y si ésta llora, España gime. Se vuelve a partir en dos mitades que acabarán, si el sentido común no lo remedia, radicalizándose. Un frente popular y una coalición de derechas de nuevo a palos por la calle…
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