sábado, 10 de abril de 2010

Luis Bárcenas, de patitas en la calle

Juro por Dios que lo intento, pero no logro comprender cómo una persona de tan dudosa honorabilidad como Luis Bárcenas sigue manteniendo su escaño como senador. Lógico es que el hombre no renuncie, que su desfachatez y notable caradura triunfe sobre los principios morales mínimos que se le suponen a cualquier ser humano. Acepto que durante muchos años haya realizado una encomiable labor para el PP, y que por ello su partido le otorgue privilegios de abogado y despacho; esa es una cuenta que pertenece a sus militantes, y son ellos los que deben opinar al respecto.

Ahora bien. Estamos en un país que se nombra democrático y justo, que basa su gobierno en las decisiones soberanas y libres de su ciudadanía. El sistema debe ser transparente, pues ese es su deber si quiere preservar los derechos, y actuar con firmeza y legalidad contra aquellos que alteren y perturben su funcionamiento. Entonces, ¿cómo es que permite que elementos manifiestamente delictivos de la sociedad ocupen cargos de tanta importancia como el de senador, con todo lo que ello conlleva?

Si los políticos quieren que confiemos en ellos, que abandonen sus engaños y picardías legales. Es hora ya, de una vez por todas, de que aquellos que legislan, legislen para todos. Que dejen ya de blindarse ante futuros comportamientos ilícitos. Ellos no son más que nadie, son iguales al resto de los habitantes del Estado, y deben someterse a los mismos preceptos. Las impunidades de las que gozan actúan como acicates para delinquir sin rubor. Se creen dioses con poder absoluto, cuando no son más que empleados nuestros, están para servirnos y punto.

Creo tener el derecho de exigir que el señor Luis Bárcenas sea expulsado de inmediato de su escaño. Y si no lo tengo, debería tenerlo. No me gusta que se burlen de mí de esta manera tan asquerosa…

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