Uno intenta evadirse estos días de estas cosas, escapar del asco que le producen,aprovechando que se junta con amigos y familia para pasar la mona en el campo, playa o donde se tercie. Pero el calentón está dentro, y no hay manera de enfriarlo. Yo lo intento, pero se presenta como un mal sueño en cualquier conversación, en cualquier noticia que se cuela haciendo zapping en las teles y las radios.
Recuerdo el cabreo que me dominó en la última, y no tan última, etapa del PSOE de Felipe González, con los asuntos de Luis Roldán, el BOE, el hermanísimo y otros numeritos festivos de desvíos extraños de capital. Entonces me indigné, me sentí estafado, ultrajado e insultado. Asistía atónito a los tejemanejes de aquellos chorizos de medio pelo, y cada información que me llegaba respecto de los ínclitos, contribuía a hastiarme aún más.
Pero lo de ahora supera todos los límites que la paciencia democrática puede y debe soportar. La soberbia, la prepotencia, la desfachatez, el descaro y la malicia con la que se han movido el tal Jaime Matas y su esposa golpea con violencia todos los principios morales que deben gobernar un comportamiento social medianamente equilibrado. La justicia debe de actuar franca, limpia, sin equivocaciones, sin lagunas legales en las que estos dos y sus secuaces puedan navegar. Se ha convertido en un problema de fe en el sistema; éste tiene la obligación y ha de asumir el compromiso de ser duro, tajante y resolutivo ante lo desproporcionado del atraco. Debe encerrar a estos delincuentes si se demuestra lo ilegal de su comportamiento.
No pretendo juzgarles y condenarles; ése no es mi cometido. Bastante tengo con pelear por sobrevivir. Lo que no quiero es compartir ni un minuto más de mi pobre democracia con gente de esta calaña.
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