viernes, 14 de enero de 2011

El juego político de las sillas

Siempre había pensado que las listas de candidatos de los partidos políticos para las elecciones se confeccionaban siguiendo un criterio parecido a una fiesta infantil de cumpleaños de las de antaño, de aquéllas que se celebraban en casa, con merienda, tarta de galletas y juegos como la gallina ciega, las tinieblas (ojo con éste, que era para más mayorcitos, que había mucha mano suelta por ahí) y el corro de las sillas. El tema se organizaba fácil. El cumpleañero montaba el sarao, era la estrella y, como mesías del grupo, todo giraba a su antojo y se erigía triunfador en todos los juegos. En el asunto electoral, el funcionamiento también era idéntico. El jefe controlaba, imponía el orden y todos a tragar, que para eso era su casa y su fiesta.
Pero, por partes. Primero, ya que los invitados empalmaban colegio con sarao, a merendar, a zamparse lo que se ponía encima de la mesa. Y a fe mía que era bastante más sustancioso que lo que se paga ahora a precio de angula en un parque de bolas. La competencia entre las madres de los homenajeados resultaba más que interesante para el sector glotón del grupo. Igualito que en las reuniones previas de los partidos, esas en las que se posicionan los que no quieren quedarse fuera del negocio. Yo me lo monto de muerte, ínflate bien que es sólo un aperitivo de lo que te espera si continúas conmigo.
Una vez devorado el ágape y marraneado a gusto, los presentes comenzaban a jugar con lo que la imaginación producía. Gallinita ciega, uno con los ojos tapados y el resto a partirse el pecho mientras un inconsciente se dejaba los piños contra una pared. En las agrupaciones políticas, también había uno que servía de payaso con el que y del que reírse. Después del cachondeo y limpia la sangre, las tinieblas, ideales para establecer nuevas, oscuras y pícaras relaciones basadas en un falso anonimato. Clavadito a los acuerdos y promesas de los candidatos.
Y el mejor juego de todos. El dueño ponía la música, colocaba unas sillas en corro y la peña se mataba por sentarse en una, por no quedarse fuera, ya que siempre había menos asientos que participantes. Era lo más manipulado que ha existido en esto de pelearse por ganar en un entretenimiento. Por mucho que se metiera el culo, se empujase y se le hinchara la cara al de detrás de un codazo, el que quedaba eliminado, con sus humilladas posaderas en el suelo, era el que deseaba el del tocadiscos. Uno a uno iban cayendo hasta que sobrevivían de la batalla los que previamente había sido seleccionados por el capitán. Y cuando se colaba algún osado rápido y listo, en la siguiente ronda el leñazo que se metía era de botiquín. Clara es la similitud con la elaboración de las listas. Participar, participaban muchos. Pero el resultado final ya estaba escrito en las estrellas. Vamos, un timo de lo más democrático.
Ahora la cosa es distinta. Los tiempos cambian, y las celebraciones también. Según sea el partido político a considerar, te encuentras varias diferencias; en el PSOE, el dueño de la casa ya no pinta un pimiento y su mejor amigo es el que dirige el cotarro, pasando hasta la carne del coxis de él. O eso, o le montan una fiesta paralela con más chucherías, que los colegas ya están hartos de tonterías. Y para postre, el anfitrión caprichoso y cansino que ya no agrada ni a sus padres es el que ahora hace de gallina y se abre la cabeza entre el descojone popular, el que no se come ya una rosca ni con la luz apagada y también el que tiene más números de quedarse sin silla. Y si se agencia alguna, que cada vez hay menos, lo más probable es que ésta lleve un clavo del doce dedicado. Sin embargo, en el PP todavía se reúnen todos en torno al mismo (salvo honrosas excepciones) y el homenaje es solidario. Lo que ocurre es que en este caso, no hay posibilidad de jugar a las sillas. Son de director, con el nombre a la espalda. Y eso puede ser muy bueno y muy malo a la vez. El tiempo lo dirá. De IU y UPyD, ni hablo. Los primeros para muchas fiestas no están; son siempre los mismos, y se aburren un montón. Y a la buena de Rosa, que va recogiendo a los que no acuden a ninguna juerga, bien porque no les apetece o bien porque no les convidan, parece que le falta marcha. Y de los nacionalistas, lo acostumbrado, a su puñetero rollo, que les va muy bien así. Todo sin olvidarnos de unos impresentables que se quieren colar en el guateque y que reclaman invitación. A éstos, vergüenza, dignidad y respeto obligan a no darles ni agua.
El caso es que, por mucha fiesta que líen, al paso que van y con el ritmo que llevan unos y otros, se quedan todos sin tarta, pues ni galletas ni chocolate hay ya para repartir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario