En muchos lugares ya ha empezado la pre-campaña (hasta el nombre apesta) y anuncia guerra sucia. Sin propuestas, sin ideas, sin proyectos, con el crédito fulminado por su mala (nefasta, funesta, mortífera) gestión de gobierno, algunos parecen haber optado por sacar los perros a la calle y buscar, mediante la descalificación, el sentimiento extremo para derrotar a las candidaturas del rival de turno. Ya que no pueden ofrecer soluciones al caos dominante, apelan con este juego a los afectos y las pasiones. Es la única manera; recurrir al engaño demagógico y garantizarse, merced al voto del corazón, unos puestos de trabajo donde vegetar, unos cargos que la razón no les otorgaría en ningún caso. Es cierto lo que escribo, y fácil de comprobar. Y que unas elecciones, expresión suprema de la democracia, se conviertan por obra y gracias de malos profesionales, de timadores expertos en burlar la voluntad del ciudadano, en una pelea de gallinas, que no de gallos, es algo imposible de tragar y digerir.
No quiero asistir pasivo a la mentira del político, al discurso torpe que pretende enardecer a las masas, al mensaje del inepto que intenta que la adrenalina oriente la voluntad. Deseo, y creo que así lo merecemos todos, una contienda limpia, clara, barata y repleta de los remedios imperativos que el país necesita como el agua y el aire. Nada de un “qué malo eres y tú más” subvencionado.
Es un derecho el que de una vez por todas se nos ofrezcan propuestas reales, proyectos realizables a corto y largo plazo, soluciones, soluciones y soluciones. Todo lo que no sople desde esta dirección, sobra, de cabeza al vertedero pues es basura. Y el trilero que no sea capaz de satisfacer la urgente necesidad, el estafador que sólo busque su beneficio propio, que ni se plantee interrumpir en nuestra lucha por sobrevivir, porque no son pocos los que ya están hasta donde las buenas formas recomiendan no expresar.
Cuando los comportamientos del administrador se basan en la incompetencia, la ineficacia, el nepotismo y la corrupción, y se ven acompañados por paro, desesperación, ruina y hambre, el administrado puede reaccionar guiado por los instintos y protegerse atacando al que le humilla. Aquéllos que ven en los ayuntamientos y en las comunidades autónomas sólo un puesto de trabajo excelentemente remunerado deberían considerar la existencia de un “riesgo tunecino” que bien podría cortarles definitivamente las alas. La paciencia, envenenada por el miserable rector, agoniza. Poco le queda. Y cuando muera, tras su funeral, ya veremos qué pasa.
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