Dice Alfonso Guerra “Cualquier persona sensata sabe que es una medida innecesaria”. O mejor, como cantaba Frank Sinatra con su hija, something stupid . Ilustres senadores que, después de departir amistosamente en castellano delante de un café, penetran en el sagrado templo del Senado, cementerio institucional de elefantes, y pasan un rato ameno y divertido traduciéndose unos a otros. Política bananera ejecutada por prejubilados ociosos que, a falta de faena productiva, se entretienen en chorradas.
Quizás es hora ya de plantearse el prescindir de la Cámara Alta, y enviar a sus inquilinos temporales a buscarse la vida como el resto de los mortales. El camino legal es complicado, pero no imposible. El problema se plantea en que quienes deben iniciarlo y recorrerlo son del mismo corte que aquéllos a cepillar y saben, muy cucos ellos, que suprimir un puerto donde recalar les privaría del segundo plato del menú. Uno, en su permanente estado de estupefacción, piensa que deberíamos hacerles saber a los correspondientes que tragamos con la subida del IVA, la luz, el gas, los carburantes y la hipoteca porque no tenemos más remedio, ya que estamos atados todos y todas por el mismo sitio y la misma cuerda. Pero que para pagarles pinganillos vanidosos a sordos de conciencia y moral no está el patio, y que ya que poco hacen y menos pintan sus señorías, que por lo menos dignidad y vergüenza tendrían que forzarles a abandonar la noble labor de humillarnos. Pues si su deseo es hacer el ridículo, formas más baratas ofrece la vida y mejores escenarios también, que el Senado no se concibió para que una casta de dudosa capacidad la transformara en un circo cutre y aburrido. Dicho esto, e intentando ser prudente y viendo el charco en el que uno se puede meter como se le siga calentando el bocado, esperaré a las próximas elecciones y usaré sólo la urna de las papeletas blancas, que de este choteo ya no pienso participar.
Eso sí, una última cosa, dedicada al senador nacionalista que , en castellano para que se le entienda, aconseja a todos los que no vemos coherente y responsable este capricho inoportuno que volvamos a nacer. Mire usted, tenemos el derecho de expresarnos en el idioma que nos surja de las entrañas, pero también el deber de poner todo lo que podamos de nuestra parte para entendernos y así constituir una sociedad justa y libre. No se confunda, que para ser iguales hay que encontrar el equilibrio entre derechos y obligaciones. Y en lo relativo a la reencarnación que usted con su sabia ironía demanda, si me permite elegir, optaría por renacer en Atapuerca y allí saludarle efusivamente.
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