No tenía ganas de escribir sobre el tema pues, como verán, me afecta. Vayamos por partes. Está claro que fumar mata al fumador y también a los que se exponen a sus humos. Nadie discute que es nocivo y destructivo, como la mayoría de los vicios, y que tiene el añadido de perjudicar a todo el mundo, sin excepción. Se cae en él por inercia, por tontería, por distinguirse, porque tu padre fuma, porque los amigos no se separan del cigarrillo o, simplemente, por placer. Sí, por placer, aunque sea bien raro disfrutar al meterse en el cuerpo la porquería con la que fabrican eso que juntan de veinte en veinte y que te venden después a precio de oro. Una vez se apodera de ti, nada ni nadie puede arrebatar de tu voluntad el deseo de fumarte el último, que mañana lo dejo, que mira la tos que tengo. Ni tan siquiera los mensajes claros y concisos que te explican que el humo del tabaco es el causante de enfermedades y muertes propias y ajenas, lo cual convierte al adicto en un asesino, indirecto, pero al fin y al cabo, un asesino.
Dicho esto y dispuesto a asumir la parte que me corresponde en la aniquilación del planeta, voy a confesarme, esperando de aquéllos que lean mi declaración de culpabilidad tengan a bien ser clementes y ver en mí a la buena persona que siempre he sido y no a un criminal. Soy fumador de quita y pon. No. No es que me dedique a robar el tabaco a los demás, que mis vicios me los pago yo. Es que desde los doce años fumo, no fumo, fumo, no fumo, fumo, no fumo, fumo, no fumo. Me encanta el aroma, el sabor y hasta el tacto. Cigarrillos, cigarros, pipa, liado, han llegado a controlarme en muchas etapas de mi vida, en las que he padecido una colección ingente de enfermedades pulmonares. No me siento orgulloso por ello, no son trofeos de caza, son minutos menos de existencia. Soy consciente de que el tabaco algún día podría llegar a acabar conmigo antes de que yo acabe con él. Y les garantizo que lucho en su contra mañana, tarde y noche, porque no quiero que mis hijos caigan en la misma tumba en la que su padre cayó hace treinta y un años. Ni mis hijos ni nadie.
Por todo lo expuesto, quiero decir lo que siento, aunque me parece que se intuye fácil. No estoy dispuesto a que me traten como un apestado, y ni mucho menos como a un asesino. Hoy ha sido un día triste para mí, uno más de los de esta época de continuos fraudes, pero éste especialmente. En lo referente a la libertad, seguimos retrocediendo peligrosamente ( al igual que en lo social y en lo económico). La noticia de portada en informativos y periódicos era la detención de un fumador. Una nueva raza de indeseables, los nuevos parias, a los que hay que perseguir y castigar, a los que hay que reprimir y apartar del sistema, porque sus derechos no valen nada desde el momento en el que se oponen a derechos de otros que valen más. A por ellos, basándose en los muchos años de tragar y tragar humos y apoyados por unos legisladores muy, muy torpes. Las soflamas estalinistas del político de turno animando a la gente a denunciar al infractor me parecen propias de un régimen totalitario, como penoso se me antoja que se le dé más importancia a la ley anti-fumadores (que no anti-tabaco, no nos equivoquemos, que si quieres prohíbes su venta y no te dedicas a penalizar el consumo, que lo que haces es distraer al personal, a la vez que recaudar) que a la realidad económica actual, peor de lo que nos dicen y de lo que somos capaces de imaginar. Los ineptos rectores públicos ofrecen carne fresca con la que entretener a un pueblo que necesita justicia, y que acepta este pulpo como animal de compañía.
Agradezco al gobierno patrio el interés en cuidar de mi salud y el empeño demostrado en que una buena parte de españoles me trate como de delincuente mientras él se dedica a seguir buscando mi ruina con su torpeza, a la par que lamento profundamente el daño que haya podido infringir con mi irresponsable comportamiento a los que me rodean. Pero tengo que decirlo. No soy un criminal. Un enfermo, puede. Gilipollas, también es posible. Pero no un criminal. He sido, soy y seré siempre un fumador, fume o no. Y me encanta gozar de mi libertad. Por eso voy a pelear por una ley racional y justa contra el consumo del tabaco, voy a pelear por erradicar el hábito desde la educación y no desde la represión, y voy a pelear por mi libertad para decidir. Contra el tabaco y contra la intransigencia. A muerte.
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