El otro día me reí a gusto con la genial película de Chaplin “La quimera del oro”, especialmente con las secuencias en las que el hombrecillo y Big Jim se comen una bota después de hervirla convenientemente. Ver a Charlot saboreando el cordón y repelando los clavos de la suela, mientras el compañero de fatigas se come a bocados la puntera de la misma, es a mi modesto entender una de las escenas maestras en esto del cine. Los ojos hundidos en ojeras de hambre, la expresión de satisfacción de uno y de resignación del otro ante el banquete, y los gestos soberbios del grandísimo actor del bombín y el bastón, reflejan con una maravillosa perfección la actitud del ser humano ante una situación límite. Imaginación y conformidad.
Lo que ocurre es que tras las risas y el placer de la representación de Chaplin, me quedé un rato pensando, sólo un rato, y la imagen hilarante y cachonda se tornó en triste, en cruel y triste realidad. Sensible como estoy ante la miseria que nos ataca y contra la que ya no me quedan más armas que la voluntad y las palabras, me imaginé a mí mismo en el lugar de Charles Chaplin y a ti que estás leyendo esto sentado al otro lado de la mesa, desesperado por echarte algo a la boca para comer, lo que sea, incluso una bota cocida. Los dos compartiendo piel, goma y clavos, elevándolos a la categoría de manjares. Y conformándonos con ello, dando por bueno el acceso a la comida y por exquisito el plato.
Quién sabe hasta qué punto la situación que te comento puede llegar a producirse, si no es que ya está ocurriendo. Porque, con una gran congoja, te cuento. A día de hoy nos estamos comiendo, tú y yo, lo que nos queda por pulir, y recurrimos en ciertos momentos a lo que sea con tal de sobrevivir. Y si disponemos de una bota para zamparnos, aún damos gracias por ello y nos hurgamos entre los dientes con los clavos. ¿Y sabes por qué? Porque nos han convencido de que no hay otra, de que tenemos que criar ojeras y agradecer lo que nos otorguen en su desgraciada generosidad los miserables que han transformado nuestra casa en una ruinosa cabaña que se cae a pedazos. Ahí, sentados los dos y saboreando con ansia la basura que nos han colocado, mientras esperamos el oro prometido. Quizás tú y yo deberíamos salir de caza y probar a ver si así cambiaba nuestra suerte. No sé como lo verás, pero cuando se nos acaben las botas nos tendremos que comer los unos a los otros. Demasiado metafórico, ¿verdad? Tú, que estás conmigo en el lío, ¿qué piensas? ¿Quieres continuar alimentándote de suelas mientras otros se ceban? Algo tendremos que acabar haciendo tú y yo, juntos.
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