A lo que llego yo, que no es mucho. Verán ustedes, Parece que todo el mundo está contento con el acuerdo sobre la reforma de las pensiones. En un ni para ti ni para mí, nos quedamos con 38,5 años cotizados para poder cobrar el cien por cien de la pensión. Además, es muy probable que también puedan hacerlo los trabajadores con oficios penosos. Es decir, en este lío uno entiende que para tener derecho a toda la prestación los que se jubilen a los 67 años, el período de cotización será de 37. A partir de ahí, hacia abajo, este período irá bajando hasta los 15 años, en los que se percibiría la mitad. Y para calcularla, el cómputo pasará de los últimos 15 años a la bonita cifra de 25. Qué alegría, qué alboroto, otro perrito piloto. Una cena en Moncloa entre amigos, y todo arreglado. Si ya se dice que para cerrar un negocio entre amigos, no hay nada mejor que un ambiente distendido, buenas viandas y mejores caldos. Es la esencia nacional. Y con todo acordado, se sale a la opinión pública y empieza el turno de halagos y beneplácitos. Qué buenos sois, no, hombre, no, si el mérito es tuyo.
Vale. Por no ir contra la corriente, digo yo que habrá que decir que sí, que aceptamos pulpo como animal de compañía. Ahora, una vez comulgados con esta rueda de molino, viene la segunda parte de la jugada. Para poder jubilarse, primero habrá que trabajar .Un buen amigo, parado, qué digo parado, disecado de larguísima duración me comenta que a él le encantaría trabajar a los 67 años. Incluso, está dispuesto a hacerlo hasta los 80 si le dejan patrón y salud. Lo que le urge es empezar cuanto antes, pues ya con 48, y al ritmo que lleva el país en lo relativo a la creación de empleo, no sabe qué carajo le van a computar a él.
En consecuencia, ahora que ya hay fumata blanca con las pensiones, va tocando empezar a hacer humo con el empleo y crearlo, en vez de destruirlo. Porque si no se reduce el paro, dará igual a qué edad se jubilen los afortunados que curren, que dinero para el retiro no habrá en la caja. Lo demás son parches, fuegos de artificio, levantar una carretera sobre un pantano; si asfaltas sin acondicionar antes el terreno, el día de la inauguración se hunde. Lo normal en el país de la improvisación.
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