Cómo han cambiado los cuentos. Se ha perdido la inocencia, la frescura, y todo ha girado, ubicándose en el polo opuesto. Ya nada es igual. El lobo se zampa a los tres cerditos, a la mamá marrana y al tío de Guijuelo; de nada sirve ya la inteligencia y la dura labor del hermano trabajador. Si no hay curro, no se come; si no se come, no hay fuerzas; y si no hay fuerzas, viene el bicho y te traga, quedándose con la paja, la madera y la casa de ladrillos.
Pero el cánido no tiene bastante. Quiere más y continúa de caza. Lleva años cebándose y afilando las garras y es el momento de mostrarse atroz y salvaje, no vaya a ser que la suerte se tuerza. Nadie le puede parar, ni tan siquiera los guardabosques y sus colegas leñadores. Se han olido el percal y se han escondido en cómodos hogares subvencionados, mientras el señor Feroz se cepilla a la abuela, a Caperucita, a los siete cabritillos, al Gato con Botas, al Marqués de Carabás y a la madre que los parió. Y no contento con esto, y dada la nula oposición planteada, abandona el agro tras desertizarlo y se vuelca en la ciudad.
Ahora el lobo va de traje y corbata, come de lujo con sueldo de todos y atraca las cajas de ahorro desde dentro. Se lleva los kilos como si de caramelos de publicidad se tratara, a cara descubierta y protegido por una ley elaborada por otros carnívoros depredadores de idéntica calaña.
Es, en definitiva, la vida al revés. El chorizo es el que maneja el negocio, el honrado. Así que ya sabes, amigo, si tienes hambre y entras desesperado en una sucursal, con la cabeza embutida en una media del mercadillo y empuñando una pistola simulada que recién has robado en el todo a un euro de la esquina, asegúrate primero de quiénes están dentro. Si tienes la mala suerte de encontrarte con los lobos y/o sus socias las hienas, aún te toca abrirte un plan de pensiones, una póliza para el coche, los decesos, una cuenta ahorro familiar y comprarle a la cajera una papeleta con los tres euros que te quedan para terminar el mes. Pardillo, que eres un pardillo. Igual de tonto que el resto de los españoles, que vemos cómo nos saquean y seguimos consintiéndolo. Para llorar, pero sólo un rato. Después, a por ellos, que uno empieza a estar más que harto.
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