sábado, 19 de febrero de 2011

Es Dios en la tierra

Año 2030. Acabo de despertar de un coma profundo, he estado muy cerca de la muerte. A punto de jubilarme con los 78 que marca la ley, el corazón me ha dejado de funcionar y he llegado a atravesar el túnel. Ya me dicen mis nietos que estoy muy cascado para seguir en el tajo, pero yo les contesto que no hay otro remedio. La ruina que ha devastado el país durante las dos últimas décadas es tan grande que ni para pensiones queda en la caja del Estado. Y la familia tiene que comer, qué coño. Pero en esta ocasión el aviso ha sido muy, muy serio. Fíjate que hasta la mortaja tenían preparada. Y no andaban desencaminados los que me veían ya en el horno, que el túnel me lo he recorrido entero detrás de la puñetera luz, hasta que he encontrado la salida.
A punto he estado de no volverme. La verdad es que el sitio es estupendo, la tranquilidad te invade, se siente una paz tremenda que te domina. Y el recibimiento, de lujo. Allí estaban mis padres, mis abuelos, dos primos que ni tan siquiera conocí en vida y alguno de mis amigos, que no todos (me dijeron que Pascual montó un pollo de narices porque no le daban cerveza, y que por ello le mandaron al lado opuesto). De maravilla el Paraíso, para no perdérselo. Todo divino hasta que ocurrió lo impensable, hasta que me condujeron ante el Gran Jefe.
Yo me dije “¡Hombre, por fin voy a conocer al Todopoderoso!” Y para allá que fui. Estaba de espaldas, hablando con otro que debía de ser su mano derecha (aunque le llamaba Alfredo, supuse que se trataba de Cristo). Su físico me defraudó un poco, me esperaba alguien majestuoso, colosal. Y me hallaba ante un personaje moreno, de mediana estatura, pelo corto y estrecho de espaldas. Al escucharme toser (la gripe me había matado), el mandamás de los cielos se giró y la luz se tornó tiniebla. Sentí miedo, un terror indescriptible se apoderó de mí. Reconocí su rostro, su semblante me hizo recordar el hambre y la miseria, su sonrisa me penetro afilada y cruel, y me puse a temblar por el miedo.
Era cierto, era él, el azote del progreso. Yo no le creía cuando proclamaba que era el elegido, Dios en la Tierra. Pero no mentía, no. Lo tenía enfrente de mí, no sabía qué hacer, hasta que me habló y desperté del hechizo.” Hola, bienvenido a mis dominios”, me dijo. “Soy la prosperidad, soy el benefactor, soy el adalid de las causas justas, soy José Luis. Pero tú puedes llamarme Presidente”.
Y un cuerno. Salí pitando. “¿Dónde carajo estaba la salida? Éste no me trinca otra vez. Ya lo sufrí doce años, ya me arruinó, ya me hizo un desgraciado para toda la vida, como para tener que aguantarlo eternamente. Allí está…” Me tiré de cabeza dentro del túnel y corrí, corrí, corrí hasta desfallecer.
Lo siguiente que recuerdo es la habitación de la UCI, mi cuerpo cansado lleno de tubos y la enfermera susurrándome “Qué suerte tienes. Has regresado de entre los muertos y has vuelto a la vida” No sabe muy bien la pobre cuánta razón tiene. Ya sabiendo lo que me espera allá arriba, haré como mi amigo Pascual cuando la palme, liaré alguna gorda y me encaminaré gustoso al otro lado. En cualquier sitio mejor que con el innombrable

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