"Yo no me voy a ir con esta situación. Moriré como un mártir". Muamar el Gadafi está, definitivamente, como una cabra. Un loco armado y peligroso que mantiene como rehenes a la gran mayoría del pueblo libio, que se esconde tras mercenarios que asesinan al ritmo que marca su batuta y que no duda en utilizar los aviones del ejército para masacrar a los suyos. Carga contra la comunidad internacional y las cadenas de televisión extranjeras porque, en su opinión, distorsionan la realidad y "trabajan para el diablo" mientras él se encarga de destruir Libia.
Desde las ruinas del palacio destruido por los bombardeos de EE UU en 1986, el líder libio escenifica su tragedia y define a los que sólo buscan libertad como drogadictos y borrachos, delincuentes manipulados por fuerzas externas. Según Gadafi, “los libios son libres puesto que el poder está en manos del pueblo". Todo un discurso de un orate al que sólo mantienen en el poder los soldados a sueldo y el eficaz trabajo de los cazabombarderos y los helicópteros, balas para matar el deseo de libertad, amenazas de muerte para los que se opongan a su dictado. Cínico y mentiroso, como todos los cobardes, Gadafi, pese a las evidencias, niega que hasta el momento se haya empleado la violencia, aunque advierte que si necesita recurrir al uso la fuerza, lo hará. Inundará de sangre las calles si así se le antoja y para ello se servirá de sus partidarios, aleccionados para comenzar el exterminio de las ratas que siembran los disturbios.
Aquéllos que le han acompañado, ahora le abandonan, conscientes de la brutal matanza que se está perpetrando en el país. El ministro del Interior libio expresa su rechazo a Gadafi, anuncia su apoyo a los manifestantes y pide al ejército que se una al pueblo para defender sus "legítimas demandas". Varios diplomáticos libios, al igual que el representante de este país ante la Liga Árabe, han roto con el dictador y claman para que abandone. El demente se queda solo, rodeado únicamente de los que aún aceptan su dinero y de los que han sido sus cómplices, los perros más fieles de la dictadura. Poco le queda o bien para morir o bien para huir. Me inclino más por lo segundo, aunque dado el desequilibrio mental con el que sostiene su espada Gadafi, capaz es de entregar su vida. Eso sí, matando.
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