Siglo XIX. Se tambalean los cimientos del Antiguo Régimen. Las clases populares reclaman lo que les pertenece y arremeten contra la nobleza. Progresistas, demócratas y republicanos alzan la voz y se enfrentan a los moderados. Es el laberinto español, los españoles se odian y se matan entre ellos, sumergidos en crisis de subsistencias, hambrunas, un continuo caos político, golpes militares, motines populares, revueltas campesinas, asaltos a conventos y fincas, odio y represión de un lado y del otro. La nobleza, siempre con el Borbón. La monarquía, medrando con el noble y conspirando con el sublevado con tal de mantener su posición. La iglesia, defendiendo su terreno y protegiendo su riqueza. El pueblo, peleando por sobrevivir. Y el ejército, gobernando. Un siglo convulso, atroz, en el que las dos Españas iniciaron su andadura por caminos distintos que siempre se encontrarían con las armas y el rencor en las manos. Es nuestra historia, y hay que respetarla. El rey era el rey, un duque era un duque y un obispo, además de hablar con Dios, mandaba más que él. El trabajador comenzaba a conocer sus derechos y los buscaba, el campesino reclamaba la tierra que laboraba como suya, y la política mantenía siempre a los mismos actores con casacas de distinto color, según soplara el viento. El laberinto español, un lío del que todavía no nos hemos librado.
Dicen que la historia es cíclica, que los episodios se suceden similares, que todo se repite. Me resisto a creerlo, pero los detalles invitan a sospechar de que algo de cierto puede haber en ello. Miren, por ir al grano. A mí, que a día de hoy saquemos lo rancio y nombremos marqués como quién compra pan, me parece un retorno al pasado, costumbres propias de una sociedad anclada en la tradición y que maquilla su agonía con tonterías como ésta. Y puestos a cargar sobre los títulos nobiliarios, sandez suprema es que cargos políticos se enorgullezcan y luzcan el nombre de barón, cuando en sus ideas era lo primero a exterminar. Y siguiendo con lo absurdo, oro parece, plátano es, estos detalles bananeros sólo indican que hemos tocado fondo, y que éste luce negro de sucio.
Me gusta la seriedad cuando de temas que me afectan se trata. Es por ello que me toca mucho las narices tanto marquesado, tanto barón socialista, tanto noble en política y tanto bobo en el poder. Batasuna, que es ETA y no otra cosa, nos va a torear con el beneplácito de la Ley. Zapatero se acomoda el cuerpo según le apetece, niega, aprueba, concede y viste como el monarca que paseaba desnudo creyéndose vestido de gala, con el capricho del que no sabe si vela o duerme. A Cataluña le quita, a Cataluña le da, y, con el mayor respeto, se la sopla el resto del país.
Resumiendo, por no aburrir. Entre marqueses, barones, Zapateros y bufonadas, el tiempo se pierde y el país se hunde, con la premura que manden gabachos y teutones y al ritmo que marca la banda de titiriteros que nos gobierna. Con San Valentín encima, sólo puedo y quiero mandar un abrazo para todos los nobles de sangre, los nobles de lata, los vecinos del norte, los políticos trapisonda, al abuelo Cebolleta, a la rana Gustavo y demás muñecos de trapo que desde arriba nos observan y se ríen de nosotros. Un abrazo muy fuerte, de oso, de los que aprietan y ahogan
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